Os presento un cuento indio que posiblemente habéis leído o
escuchado alguna vez:
Cuenta la leyenda que un anciano y sabio
jefe de una tribu Cherokee le enseñaba a uno de los jóvenes guerreros,
posiblemente su nieto, acerca de la vida.
Viendo las contradicciones que vivía el
joven entre distintas formas de afrontar las disputas con otros jóvenes, le
dice:
- “Noble anciano, y ¿qué lobo gana?”
Me gusta este cuento, a pesar de esa dicotomía
entre bien y mal que presenta, con la que no estoy totalmente de acuerdo tal
como es presentada.
Me interesa, sobre todo, por lo que entiendo que quiere transmitirnos:
las personas tenemos el poder y la capacidad para hacer crecer y desarrollar en nosotros mismos distintas vivencias. Algunas positivas (valores, capacidades, habilidades …) y otras no tan positivas (miedos, rencores, obsesiones …) a través de las opciones y decisiones que continuamente estamos tomando.
Podemos elegir ir en una dirección u otra
al alimentar unas vivencias u otras, tanto si las exteriorizamos
como si no. Vivencias como son el odio o la concordia, el pesimismo o el
optimismo, la fe o el escepticismo …
Y ante esto, nos pueden surgir varias
cuestiones:
· ¿Qué significa aquí alimentar?,
o ¿a qué se refiere con alimentar?
· ¿Qué podemos alimentar?
¿Qué entendemos por “alimentar”?
Alimentar es dar espacio, lugar y tiempo en nuestra vida cotidiana
a determinados aspectos vivenciales que podríamos catalogar como positivos o
negativos.
Es ejercitar, desarrollar, frecuentar, repetir, volver sobre ese
algo, actuar y decidir a partir de él, sentirlo, pensarlo, comunicarse, relacionarse
en función de ese o esos aspectos o elementos de nuestra vivencia o sentir
personal.
Cuando damos espacio en nuestro interior, en nuestra mente, en
nuestro corazón o en nuestros actos a algo, le damos vida, lo alimentamos y
hacemos que ese aspecto crezca, se despliegue, engorde, pudiendo llegar a
configurar nuestra personalidad. Esto último sucede cuando se vive con
frecuencia ese elemento en cuestión. Si fomento la reflexión podré ser una
persona reflexiva, si fomento la mirada negativa llegaré a ser una persona que
tiende a ver lo negativo.
¿Qué podemos alimentar?
Como ya decíamos anteriormente, podemos alimentar aspectos
positivos o negativos de nuestra personalidad. Puede ser una virtud o un valor,
una capacidad o una habilidad, una actitud o una tendencia, un comportamiento,
un principio, una idea, un pensamiento, una emoción o un sentimiento.
Parece de Perogrullo, pero somos lo que hacemos. Somos lo que
frecuentamos, lo que ocupa un lugar y un espacio en nuestra vida. Uno llega a ser habilidoso con los
ordenadores dedicando tiempo a ello, se llega a ser honesto realizando actos de
honestidad, se llega a ser obsesivo de tal cosa pensando muy a menudo en ello y
sin freno. Se llega a ser miedoso dejando que el miedo ocupe espacio en nuestra
vida.
Realmente, ¿tenemos la capacidad de elegir lo que queremos vivir?
En una gran parte, sí. Va a depender del grado de conciencia que
tengamos de nosotros mismos.
Aquello de lo que somos conscientes, lo podemos llegar a dominar y
controlar, pero lo que es inconsciente, es incontrolable. Lo vivimos, pero no
nos damos cuenta de ello. Por tanto, es fundamental ganar en conciencia de lo
que vivimos, pensamos y sentimos, del porqué de nuestras reacciones y
comportamientos. Esa conciencia es el primer paso para poder dirigir nuestra
vida en una dirección u otra. Es una tarea de nuestra inteligencia. Uno de los
objetivos básicos de la formación PRH es ese, ayudar a que las personas puedan conocerse
a sí mismas, identificando lo que viven y lo que les mueve a vivir así. Todos
nuestros cursos tienen como primer objetivo ese autoconocimiento.
Pero no solo es importante tener conciencia de lo que uno siente,
vive o piensa. Es necesario desarrollar la capacidad de elección entre
vivencias distintas, ser capaz de diferenciarlas, localizarlas, poner la
“mirada” en un elemento u otro, y optar
entonces por prestar una especial atención a un elemento u otro. Ahí entran en
juego la libertad y voluntad individual. Libertad para elegir y voluntad para
llevar a cabo, apoyar o afianzar lo elegido. Educar o reeducar nuestra libertad
y voluntad para dirigir nuestra vida de una forma constructiva también forma
parte de nuestros objetivos en la formación que ofrecemos en PRH.
La siguiente cuestión parece obvia, ¿a qué dedico mis
pensamientos, mi sentir, mi actuar?
Me he encontrado a lo largo de la vida con muchas personas. He
aprendido a observar e identificar qué alimentan más en su vida. En cuanto la
persona se muestra, se deja ver, se nota.
En cuanto nos comunicamos se nos puede percibir. ¡Y hay tanta variedad
de formas de vivir! …
Hay quien dedica gran parte de sus momentos cotidianos a “quedar
bien”, a parecer, a no desentonar, a no molestar o no señalarse ante los otros.
Algunas personas alimentan mucho en su vida el ser reconocidos,
admirados, halagados. Tratan de hacer las cosas muy bien, tratan de destacar,
de ser vistos, se esfuerzan por dar una buena imagen.
Otros dedican gran parte de su tiempo a estar distraídos,
ocupados, haciendo cosas para no encontrarse frente a sí mismos, o para no
sentir el aburrimiento, la soledad o el vacío. O se entregan frenéticamente a
algo: ver futbol, coleccionar cosas, trabajar intensamente, etc.
También existen quienes desarrollan valores y actitudes positivas
que viven con los demás y consigo mismos. Han aprendido a desarrollar la
empatía, a amar el estudio y la investigación de alguna materia, a colaborar
con determinada tarea que les apasiona, a sentirse con algo que aportar o
transmitir a los demás, a buscar cómo mejorar su organización o trabajo, por
poner algunos ejemplos.
Hay quien ha desarrollado tanto un valor concreto que se le
identifica claramente con él. Llega a ser bondadoso o bondadosa, trabajador o
trabajadora, justo o justa, sensato o sensata …
También están quienes les dan vueltas a las cosas, rumian y se
regodean en ello.
Están quienes han alimentado la sensación de que no van a tener
éxito en la vida. O los que tienen la
agresividad y la rabia a flor de piel habitualmente, o la envidia, o la
tristeza. O los que se sienten culpables por todo, por hacer o por no hacer.
Y así podría continuar y continuar y continuar.
Como conclusión.
La vida es más corta de lo que parece. No la desperdiciemos
dedicándola a lo que no enriquece. Si la desperdiciamos, si se nos pasan las horas
muertas, ¿qué podemos esperar que sea nuestra vida?, si no controlamos
suficiente lo que vivimos, ¿dónde vamos a llegar?, si no perseveramos en cosas
que son importantes, ¿qué pretendemos conseguir?
Y una invitación. Dediquemos tiempo a lo importante, a lo esencial
de nuestra vida. Hay tiempo para muchas cosas, pero tenemos que elegir bien aquello
a lo que nos entregamos, de manera que nos podamos quedar lo más satisfechos
posibles con nosotros mismos, con nuestro comportamiento y manera de vivir.
Finalmente, nos podemos preguntar:
- ¿Cómo soy yo? ¿Qué alimento de manera habitual en mi vida?
- ¿Estoy satisfecho/a de ello?
- Si lo estoy, ¿por qué?
- Si no lo estoy, ¿podría hacer algo para cambiar esta forma de vivir?