INVERTIR EN DESARROLLO PERSONAL
Aunque parezca mentira, la mejor inversión que
podemos hacer no es en bienes materiales, posesiones, conocimientos o experiencias, sino en uno mismo, en el desarrollo de nuestra
propia identidad como persona.
Cuando invertimos en algo material, cuando compramos, básicamente podemos
tener dos satisfacciones, el hecho de tener, que genera satisfacción en sí mismo
y que en ocasiones puede ser incluso adictivo, y la satisfacción de una
necesidad que puede cubrir ese elemento material. Compro un cuadro para satisfacer mi deseo de
armonía, compro comida para satisfacer mis necesidades de alimento, compro un
coche para poder desplazarme e ir al trabajo, etc.. Básicamente es así, aunque hay una enorme
complejidad en el ser humano en torno al tema de la compra y adquisición de
cosas. Hay muchos fenómenos relacionados con ello como las compras compulsivas,
compensatorias, compras sin sentido y otros fenómenos en los que no vamos a entrar aquí.
Podemos invertir en cultura y
conocimientos. “El saber no ocupa lugar”. Adquirir conocimientos
nuevos nos enriquece y desarrolla, abre
la mente y puede hacernos más comprensivos y lucidos del mundo y del ser
humano. Por ejemplo, lecturas de libros, estudios, visitas a museos y otras
experiencias relacionadas con el saber. También observamos que a veces ese
conocimiento se puede diluir rápidamente
o acabar pasando nuevamente a nuestro
inconsciente si no está arraigado en nuestra propia experiencia y esencia. En
ocasiones aprendemos cosas que pronto olvidamos. Por otro lado, es interesante
observar fenómenos que se producen en relación a la adquisición de
conocimientos: excesivo afán por “coleccionar” conocimientos, necesidad de sentirse por encima de los otros
en determinados temas o áreas del saber, magnificación del “saber” sobre otros
elementos de la realidad, etc.
Desde hace años y cada vez más,
es habitual en nuestra sociedad desarrollada, la inversión en experiencias. Experiencias de todo tipo, sensibles,
emocionantes, instructivas y enriquecedoras algunas, otras no tanto. Son formas
diversas de vacaciones, experiencias de
viajes, de aventuras, de riesgo, de relación, relacionadas con el cuerpo o de
juego virtual o real, etc. Generalmente este tipo de inversión deja una huella,
un recuerdo más o menos permanente al ser novedosas, poco habituales y en las
que ponemos en práctica aspectos nuestros que no frecuentamos. En este sector
hay muchos fenómenos y maneras de vivir estas formas de inversión, algunas muy
positivas y otras negativas, de tipo adictivo especialmente.
Podemos también invertir en desarrollo personal. ¿A qué
nos referimos con ello?
Nos referimos a emplear recursos
en conocernos a nosotros mismos en profundidad, descubrir y desarrollar
nuestras fortalezas interiores y conocer nuestras trampas, dificultades y
problemas para dominarlos y que no nos dominen, desactivarlos, reducir su
efecto en nuestra vida y si es posible, eliminarlos. Esta inversión es muy
rentable. Cuando empleamos recursos en nuestro propio crecimiento personal, lo
que estamos haciendo es una labor de mantenimiento y mejora de nuestra propia
persona en su interioridad, de lo que hemos recibido al nacer y que corresponde
a cada uno cuidar durante toda su existencia.
Invertir en la propia formación personal
es cuidar ese jardín interior de cada
uno y cada una para que florezca, crezca y se desarrolle toda nuestra
personalidad y así afrontar mejor la vida. Es construirnos desde lo esencial.
Pero a la hora de invertir en
formación personal humana nos encontramos con un dilema que tienen muchas
personas. ¿Por qué gastar dinero en algo que puedo hacer yo solo? ¿Por qué
buscar ayuda exterior cuando puedo leer algún libro de autoayuda, o reflexionar
yo mismo? Efectivamente, eso ya es algo.
Y es necesario. Sin embargo no es suficiente. No es suficiente si queremos ser
verdaderamente felices y eficaces.
Una pequeña metáfora para
ilustrar esto: “tengo un amigo que tenía una parcela de terreno. Quería plantar
algunos árboles para embellecerla y disfrutarla y dicho y hecho, compro algunos
arbolitos que él mismo plantó y regó. Al mismo tiempo, su vecino plantaba
también arbolitos de la misma especie. Cual fue la sorpresa de mi amigo que al
cabo de dos o tres años sus arbolitos no habían crecido demasiado, ni siquiera
le superaban en estatura, mientras que los árboles de su vecino median ya más
de dos metros. Tal fue el desconcierto que se acercó al vecino a preguntarle
qué había hecho y éste le explicó que había sido aconsejado y ayudado por un
jardinero. Entonces le explicó muchos detalles que ni siquiera se le habían
pasado por la cabeza en el viejo arte de
la jardinería. Ahora comprendía, el no había hecho casi nada de lo que le
contaba pensando que con regarlos de vez en cuando sería suficiente”.
Como en todo, la ayuda de
expertos es fundamental para un desarrollo adecuado de aquello que hacemos. Un
experto nos ahorra tiempo, dinero, nos evita errores y pasos en falso. Por eso
es fundamental que en aquello que nos importa de verdad, en cómo avanzar en
nuestra forma de vivir y ser, nos dejemos ayudar por expertos. Si a la hora de
construir nuestra casa, buscamos expertos arquitectos, constructores y
albañiles, cuanto más a la hora de construir nuestra persona, es necesario que
busquemos expertos que nos ayuden en esa impresionante aventura que es el
propio crecimiento interior.
Luis Avilés.
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