jueves, 22 de febrero de 2018

Por qué nos cuesta (¿tanto?) cambiar

Por qué nos cuesta (¿tanto?) cambiar

Frecuentemente oímos expresiones de este tipo: “soy así y no voy a cambiar a estas alturas de mi vida”, “ya soy muy mayor para cambiar”, “es mi carácter y no voy a cambiar”, etc. Son expresiones que manifiestan la dificultad para cuestionarse, tratar de mejorar y realizar cambios en el comportamiento, las actitudes o las creencias. 

En PRH observamos que hay personas muy reacias a efectuar cambios en su forma de vivir. Son personas a las que les cuesta actuar de manera diferente a la habitual ante problemas y dificultades. A las que no les resulta fácil la reeducación de funcionamientos y hábitos negativos ni  empezar a utilizar “nuevos caminos”  para afrontar determinadas circunstancias y situaciones.  Y tropiezan “una y otra vez en la misma piedra”, parafraseando el refrán.  Tienen alta aversión al cambio.  Todos  los seres humanos tenemos una mayor o menor disposición a la evolución y al cambio, suponiendo un freno importante para el crecimiento si la resistencia al cambio es  grande.

Pero, ¿por qué cambiar?

No se trata de cambiar por cambiar. Si lo que hacemos nos es útil para vivir y es satisfactorio, no es necesario más. Es adecuado hacer cambios en nuestro comportamiento, en nuestros modos de ser y hacer, cuando lo que hacemos habitualmente no nos ayuda a afrontar adecuadamente la situación a la que nos enfrentamos. Entonces es conveniente cambiar, es decir, realizar un proceso de adaptación a la realidad presente. 

Cambiar es, por tanto, adaptarnos a la realidad, para encontrar una respuesta apropiada y satisfactoria a la misma, que nos permita vivirla constructivamente, con dignidad y poniendo en juego nuestras capacidades y recursos. Esto es evolucionar progresiva y adaptativamente.




Cuando lo que hacemos habitualmente no nos                                                                            ayuda a afrontar la realidad, es conveniente cambiar.

Entonces, ¿a qué se debe esta dificultad para el cambio en el ser humano?

Hay varios elementos que inciden en ello:
  •  El ahorro energético psíquico del individuo.
  •  La seguridad que aporta lo conocido.
  •  La falta de motivación para emprender algo distinto.
  •  El desconocimiento de cómo cambiar.
  •  La creencia de que no es posible cambiar.
  • Una educación cerrada y rígida.


El ahorro energético psíquico del individuo.  
Podemos afirmar que el ser humano es un animal de costumbres. Tiende a generar rutinas y hábitos en todos los órdenes de la vida. La costumbre facilita la vida.  Es una tendencia instintiva. Eso es positivo, ya que facilita la vida, pero en algunos casos esas rutinas pueden llegar a ser muy dominantes, tiránicas y difíciles de no seguir, aunque no sean necesarias en determinados momentos.
Las rutinas suponen un ahorro energético físico y mental considerable.  Cambiar conlleva afrontar algo nuevo, y todos tenemos experiencia de lo que significa hacer o vivir algo novedoso.  Cuando vivimos algo nuevo necesitamos  poner  más atención en lo que hacemos, nuestros sentidos se activan más, se desarrolla  una mayor  movilización emocional, física y mental  y puede aparecer más estrés o tensión que en lo rutinario y repetitivo.  Lo novedoso nos deja la sensación de haber vivido más, pero supone un mayor desgaste. Por ejemplo,  un viaje a un lugar desconocido o una actividad que nunca hemos realizado nos desgasta más aunque nos dé más sensación de vivir que lo cotidiano de cada día. Una situación de novedad continuada en el tiempo no sería sostenible para el psiquismo humano. Nos agotaría. Es por ello que tendemos instintivamente a buscar la repetición, lo conocido, lo rutinario y habitual en vez de aventurarnos en lo novedoso con mayor frecuencia.

La seguridad que aporta lo conocido.

Lo que hacemos una y otra vez, nos da seguridad.  Lo que repetimos  lo dominamos, entraña menos riesgos y hay muchas menos posibilidades de errores, fallos e imperfecciones. Sin embargo lo novedoso nos puede generar una cierta inseguridad, inquietud o  desasosiego, aunque sea  leve. Siempre hay  riesgo en lo nuevo. Es “un melón por calar”, como dice el dicho popular. Pero, además lo que conocemos y repetimos nos permite desarrollar destrezas y capacidades incluidas en esa rutina, y eso genera una satisfacción personal, aunque podamos ser diestros en cosas que no nos ayuden a afrontar bien nuestra vida.

  
La falta de motivación para emprender algo distinto.

 Uno de los elementos más decisivos en la dificultad para incorporar el cambio en determinados aspectos de nuestra vida es la falta de una motivación que supere “la comodidad” que conlleva  lo conocido y rutinario  aunque esto no sea plenamente satisfactorio. Es decir, la motivación interior, el interés y  la voluntad para cambiar y generar un comportamiento mejor, no superan ni se imponen interiormente a las fuerzas internas que nos mantienen en el confort de lo habitual y conocido, aunque esto sea peor. Es  lo que expresa el refrán: “más vale malo conocido, que bueno por conocer”.  Aunque no nos sirva, no nos ayude o incluso dañe la manera de funcionar que tenemos, la mantenemos. ¿Por qué?  Porque algún beneficio  reporta. Todo comportamiento inadecuado o negativo que no somos capaces de desechar tiene algún elemento compensatorio o beneficioso, consciente o inconsciente, sutil o evidente. Ese “beneficio”  dificulta el cambio y la mejora. Por ejemplo, sabemos que tenemos que dejar de fumar ya que nos perjudica  la salud, pero sin embargo somos incapaces de dejarlo. Algo nos compensa seguir fumando: nos tranquiliza, quita cierta ansiedad, nos da seguridad, etc... Como éste podemos poner infinidad de ejemplos.

El desconocimiento de cómo cambiar.
Este es otro de los elementos más influyentes que dificultan el cambio y la evolución en las personas. Para cambiar es necesario conocer qué cambiar, cómo hacerlo y qué “poner” en el lugar de lo que se cambia. Aunque esto se hace en muchos casos de forma casi instintiva; una formación que facilite el cambio, dé pautas y desarrolle la capacidad de evolución resulta un elemento muy provechoso en este sentido.  La ausencia de formaciones que inciden en este punto es un hándicap para el desarrollo y evolución de las personas en esta sociedad. Formaciones como PRH salen al paso de esta laguna y facilitan el aprendizaje del cambio en la vida de los individuos y de los colectivos.

La creencia de que no es posible cambiar.
Hay personas que se resisten más que otras a cambiar porque no creen en esa posibilidad. Tienen una imagen de sí muy rígida, cerrada y poco evolutiva. No consideran que sea posible cambiar determinadas cosas de sí mismas. A veces ni siquiera les entra en la cabeza planteárselo, tal es la cerrazón mental. Otras, no se ven con la capacidad ni ven la posibilidad de hacer cosas distintas de las que hacen habitualmente. Este fenómeno se incrementa con la edad, ya que las rutinas se arraigan y refuerzan con el paso de los años.

Una educación cerrada y rígida.

La educación recibida influye en la predisposición o no a cambiar. Una educación abierta, estimuladora del crecimiento, dinamizante y con una percepción del ser humano como un ser evolutivo, hace que sus receptores sean más proclives al cambio que otros que han recibido una educación más cerrada, estática y determinista.
Todos estos son elementos que contrarrestan, frenan o bloquean la apertura al cambio, a la renovación y la posible mejora.


Entonces, ¿qué nos lleva a cambiar?

Hay varios elementos que propician el deseo y la posibilidad de cambio:
  •   La aspiración o necesidad de aprender y mejorar.
  •  La necesidad de adaptación al entorno y a la nueva realidad.
  •  Una educación integradora del cambio.

La aspiración o necesidad de aprender y mejorar.
En el fondo del ser humano  hay un deseo o aspiración innata a desarrollarse y crecer, a actualizarse y realizarse. Le llamamos en PRH, el dinamismo de crecimiento y lo definimos en el libro La Persona y su crecimiento como: “fuerza incoercible innata que impulsa a la persona conscientemente, o a pesar suyo, a llegar a ser lo que es potencialmente”.

Esto moviliza y motiva para abrirse a la novedad, para arriesgarse a ser o actuar de otra manera no conocida y sin seguridad  de éxito con el fin de actualizar ese potencial escondido en el interior de todo ser humano. También en el libro señala: “La salud psicológica de un ser humano solo puede operarse en este movimiento hacia delante, por tanto en el cambio. Asimismo, el equilibrio y la armonía no pueden concebirse como algo adquirido, sino que serán siempre el objeto de búsqueda que tiene en cuenta la evolución personal y el entorno” (pág. 46).  Por tanto, la mejora psíquica y social requiere una clara disposición a cambiar y evolucionar.

La necesidad de adaptación al entorno y a la nueva realidad.  
Hay acontecimientos que se nos presentan sin quererlo y que requieren afrontarlos, y aunque nunca lo hayamos hecho,  nos exigen un cambio de mentalidad, de comportamiento, de actitud, etc. Conforme vamos  viviendo la vida, las experiencias nos van configurando y transformando nuestra forma de ver, de pensar y de sentir. A lo largo de toda la vida nos vamos enfrentando con situaciones nuevas. Cambiamos de bebé a niño, luego a adolescente, joven, adulto, anciano,  y cada etapa viene con sus respectivas y necesarias evoluciones y diferencias. Toda la vida es un proceso continuo que requiere una adaptación y un cambio continuado.  Todo esto exige una actitud de desapropiación de lo conocido y  de lo seguro, para afrontar  la  nueva situación presente  con una forma diferente de abordaje.  
En biología, desde Darwin, ha quedado de manifiesto que las especies que sobreviven son aquellas que más fácilmente se han adaptado a los nuevos entornos, mientras que las que no han sido capaces de adaptarse han ido desapareciendo. Es una ley de la naturaleza. La realidad manda.  Las circunstancias nos obligan a emplear nuevas formas que anteriormente no hemos necesitado. Prueba de ello es que el ser humano es muy capaz de adaptarse a muy diferentes entornos y ambientes. Desde los  fríos extremos de las zonas polares a los calores extremos de los desiertos, desde situaciones y realidades muy amables a otras muy hostiles y difíciles. Esto forma  parte de la supervivencia humana.

Una educación integradora del cambio.
Otro de los elementos que facilitan el cambiar es el incluir en los hábitos y rutinas y en la  vida diaria el estar en evolución. Si nos acostumbramos a “vivir cambiando”, es decir en un continuo proceso de avance, mejora personal y de adaptación a la realidad actual, el cambiar no representa un problema, sino una forma de vida y una satisfacción. Decimos en PRH que el ser humano está en continua evolución, o tal como lo indica El libro “la persona y su crecimiento: “la persona tiene capacidad de evolucionar a lo largo de toda su vida”. Incluir esta característica en la educación que se imparte desde los primeros años de vida, facilitaría al ser humano su integración en su forma de ser.

André Rochais, fundador de PRH, decía en una entrevista que le hicieron pocos años antes de su muerte: “Cambiar es abandonar las seguridades para avanzar hacia delante, pero ¿hacía donde? “.

Si queréis aportar vuestras opiniones y observaciones en relación  a las preguntas anteriores, podéis enviarlas  a luis.aviles@prh-iberica.com

Para terminar, os  invito a acoger las sensaciones que haya podido despertar el tema del artículo:

·         ¿Qué sensación/es se me han despertado respecto a mi propio cambio y evolución?
·         ¿Me moviliza en alguna dirección?

Luis Avilés
fotos de Barbara Bermúdez


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