Por qué nos cuesta (¿tanto?) cambiar
Frecuentemente oímos expresiones de este tipo: “soy
así y no voy a cambiar a estas alturas de mi vida”, “ya soy muy mayor para
cambiar”, “es mi carácter y no voy a cambiar”, etc. Son expresiones que manifiestan
la dificultad para cuestionarse, tratar de mejorar y realizar cambios en el
comportamiento, las actitudes o las creencias.
En PRH
observamos que hay personas muy reacias a efectuar cambios en su forma de
vivir. Son personas a las que les cuesta actuar de manera diferente a la
habitual ante problemas y dificultades. A las que no les resulta fácil la
reeducación de funcionamientos y hábitos negativos ni empezar a utilizar “nuevos caminos” para afrontar determinadas circunstancias y situaciones.
Y tropiezan “una y otra vez en la misma
piedra”, parafraseando el refrán. Tienen
alta aversión al cambio. Todos los seres humanos tenemos una mayor o menor
disposición a la evolución y al cambio, suponiendo un freno importante para el
crecimiento si la resistencia al cambio es
grande.
Pero, ¿por qué cambiar?
No se trata
de cambiar por cambiar. Si lo que hacemos nos es útil para vivir y es
satisfactorio, no es necesario más. Es adecuado hacer cambios en nuestro
comportamiento, en nuestros modos de ser y hacer, cuando lo que hacemos
habitualmente no nos ayuda a afrontar adecuadamente la situación a la que nos
enfrentamos. Entonces es conveniente cambiar, es decir, realizar un proceso de
adaptación a la realidad presente.
Cambiar
es, por tanto, adaptarnos a la realidad, para encontrar una respuesta apropiada
y satisfactoria a la misma, que nos
permita vivirla constructivamente, con dignidad y poniendo en juego nuestras
capacidades y recursos. Esto es evolucionar progresiva y adaptativamente.
Cuando lo que hacemos habitualmente no nos ayuda a afrontar la realidad, es conveniente cambiar.
Entonces, ¿a
qué se debe esta dificultad para el cambio en el ser humano?
Hay
varios elementos que inciden en ello:
- El ahorro energético psíquico del individuo.
- La seguridad que aporta lo conocido.
- La falta de motivación para emprender algo distinto.
- El desconocimiento de cómo cambiar.
- La creencia de que no es posible cambiar.
- Una educación cerrada y rígida.
El
ahorro energético psíquico del individuo.
Podemos afirmar que el ser humano es un
animal de costumbres. Tiende a generar rutinas y hábitos en todos los órdenes
de la vida. La costumbre facilita la vida.
Es una tendencia instintiva. Eso es positivo, ya que facilita la vida,
pero en algunos casos esas rutinas pueden llegar a ser muy dominantes,
tiránicas y difíciles de no seguir, aunque no sean necesarias en determinados
momentos.
Las
rutinas suponen un ahorro energético físico y mental considerable. Cambiar conlleva afrontar algo nuevo, y todos
tenemos experiencia de lo que significa hacer o vivir algo novedoso. Cuando vivimos algo nuevo necesitamos poner más atención en lo que hacemos, nuestros
sentidos se activan más, se desarrolla
una mayor movilización emocional,
física y mental y puede aparecer más
estrés o tensión que en lo rutinario y repetitivo. Lo novedoso nos deja la sensación de haber
vivido más, pero supone un mayor desgaste. Por ejemplo, un viaje a un lugar desconocido o una
actividad que nunca hemos realizado nos desgasta más aunque nos dé más
sensación de vivir que lo cotidiano de cada día. Una situación de novedad
continuada en el tiempo no sería sostenible para el psiquismo humano. Nos
agotaría. Es por ello que tendemos instintivamente a buscar la repetición, lo
conocido, lo rutinario y habitual en vez de aventurarnos en lo novedoso con
mayor frecuencia.
La seguridad que aporta lo conocido.
Lo
que hacemos una y otra vez, nos da seguridad. Lo que repetimos lo dominamos, entraña menos riesgos y hay
muchas menos posibilidades de errores, fallos e imperfecciones. Sin embargo lo
novedoso nos puede generar una cierta inseguridad, inquietud o desasosiego, aunque sea leve. Siempre hay riesgo en lo nuevo. Es “un melón por calar”,
como dice el dicho popular. Pero, además lo que conocemos y repetimos nos
permite desarrollar destrezas y capacidades incluidas en esa rutina, y eso genera una satisfacción
personal, aunque podamos ser diestros en cosas que no nos ayuden a afrontar
bien nuestra vida.
La
falta de motivación para emprender algo distinto.
Uno
de los elementos más decisivos en la dificultad para incorporar el cambio en
determinados aspectos de nuestra vida es la falta de una motivación que supere “la
comodidad” que conlleva lo conocido y
rutinario aunque esto no sea plenamente
satisfactorio. Es decir, la motivación interior, el interés y la voluntad para cambiar y generar un
comportamiento mejor, no superan ni se imponen interiormente a las fuerzas
internas que nos mantienen en el confort de lo habitual y conocido, aunque esto
sea peor. Es lo que expresa el refrán:
“más vale malo conocido, que bueno por conocer”. Aunque no nos sirva, no nos ayude o incluso dañe
la manera de funcionar que tenemos, la mantenemos. ¿Por qué? Porque algún beneficio reporta. Todo comportamiento inadecuado o
negativo que no somos capaces de desechar tiene algún elemento compensatorio o
beneficioso, consciente o inconsciente, sutil o evidente. Ese “beneficio” dificulta el cambio y la mejora. Por ejemplo,
sabemos que tenemos que dejar de fumar ya que nos perjudica la salud, pero sin embargo somos incapaces de
dejarlo. Algo nos compensa seguir fumando: nos tranquiliza, quita cierta
ansiedad, nos da seguridad, etc... Como éste podemos poner infinidad de
ejemplos.
El desconocimiento de cómo cambiar.
Este es otro de los elementos más
influyentes que dificultan el cambio y la evolución en las personas. Para cambiar es necesario conocer qué cambiar, cómo hacerlo y qué “poner”
en el lugar de lo que se cambia. Aunque esto se hace en muchos casos de
forma casi instintiva; una formación que facilite el cambio, dé pautas y
desarrolle la capacidad de evolución resulta un elemento muy provechoso en este
sentido. La ausencia de formaciones que
inciden en este punto es un hándicap para el desarrollo y evolución de las
personas en esta sociedad. Formaciones como PRH salen al paso de esta laguna y
facilitan el aprendizaje del cambio en la vida de los individuos y de los
colectivos.
La creencia de que no es posible cambiar.
Hay
personas que se resisten más que otras a cambiar porque no creen en esa
posibilidad. Tienen una imagen de sí muy rígida, cerrada y poco evolutiva. No
consideran que sea posible cambiar determinadas cosas de sí mismas. A veces ni
siquiera les entra en la cabeza planteárselo, tal es la cerrazón mental. Otras,
no se ven con la capacidad ni ven la posibilidad de hacer cosas distintas de
las que hacen habitualmente. Este fenómeno se incrementa con la edad, ya que
las rutinas se arraigan y refuerzan con el paso de los años.
Una
educación cerrada y rígida.
La
educación recibida influye en la predisposición o no a cambiar. Una educación
abierta, estimuladora del crecimiento, dinamizante y con una percepción del ser
humano como un ser evolutivo, hace que sus receptores sean más proclives al
cambio que otros que han recibido una educación más cerrada, estática y
determinista.
Todos
estos son elementos que contrarrestan, frenan o bloquean la apertura al cambio,
a la renovación y la posible mejora.
Entonces, ¿qué nos lleva a cambiar?
Hay
varios elementos que propician el deseo y la posibilidad de cambio:
- La aspiración o necesidad de aprender y mejorar.
- La necesidad de adaptación al entorno y a la nueva realidad.
- Una educación integradora del cambio.
La aspiración o necesidad de aprender y
mejorar.
En
el fondo del ser humano hay un deseo o
aspiración innata a desarrollarse y crecer, a actualizarse y realizarse. Le
llamamos en PRH, el dinamismo de crecimiento y lo definimos en el libro La Persona y su crecimiento como: “fuerza incoercible innata que impulsa a la
persona conscientemente, o a pesar suyo, a llegar a ser lo que es
potencialmente”.
Esto moviliza y motiva para abrirse a la
novedad, para arriesgarse a ser o actuar de otra manera no conocida y sin
seguridad de éxito con el fin de
actualizar ese potencial escondido en el interior de todo ser humano. También
en el libro señala: “La salud psicológica
de un ser humano solo puede operarse en este movimiento hacia delante, por
tanto en el cambio. Asimismo, el equilibrio y la armonía no pueden concebirse
como algo adquirido, sino que serán siempre el objeto de búsqueda que tiene en
cuenta la evolución personal y el entorno” (pág. 46). Por tanto, la mejora psíquica y social
requiere una clara disposición a cambiar y evolucionar.
La necesidad de adaptación al entorno y a la nueva realidad.
Hay acontecimientos que se nos presentan
sin quererlo y que requieren afrontarlos, y aunque nunca lo hayamos hecho, nos exigen un cambio de mentalidad, de
comportamiento, de actitud, etc. Conforme vamos viviendo la vida, las experiencias nos van
configurando y transformando nuestra forma de ver, de pensar y de sentir. A lo
largo de toda la vida nos vamos enfrentando con situaciones nuevas. Cambiamos
de bebé a niño, luego a adolescente, joven, adulto, anciano, y cada etapa viene con sus respectivas y
necesarias evoluciones y diferencias. Toda la vida es un proceso continuo que
requiere una adaptación y un cambio continuado. Todo esto exige una actitud de desapropiación
de lo conocido y de lo seguro, para
afrontar la nueva situación presente con una forma diferente de abordaje.
En biología, desde Darwin, ha quedado de
manifiesto que las especies que sobreviven son aquellas que más fácilmente se
han adaptado a los nuevos entornos, mientras que las que no han sido capaces de
adaptarse han ido desapareciendo. Es una ley de la naturaleza. La realidad
manda. Las circunstancias nos obligan a
emplear nuevas formas que anteriormente no hemos necesitado. Prueba de ello es
que el ser humano es muy capaz de adaptarse a muy diferentes entornos y
ambientes. Desde los fríos extremos de
las zonas polares a los calores extremos de los desiertos, desde situaciones y
realidades muy amables a otras muy hostiles y difíciles. Esto forma parte de la supervivencia humana.
Una
educación integradora del cambio.
Otro
de los elementos que facilitan el cambiar es el incluir en los hábitos y
rutinas y en la vida diaria el estar en
evolución. Si nos acostumbramos a “vivir
cambiando”, es decir en un continuo proceso de avance, mejora personal y de
adaptación a la realidad actual, el cambiar no representa un problema, sino una
forma de vida y una satisfacción. Decimos en PRH que el ser humano está en continua
evolución, o tal como lo indica El libro “la persona y su crecimiento: “la persona tiene capacidad de evolucionar a
lo largo de toda su vida”. Incluir esta característica en la educación que
se imparte desde los primeros años de vida, facilitaría al ser humano su
integración en su forma de ser.
André
Rochais, fundador de PRH, decía en una entrevista que le hicieron pocos años
antes de su muerte: “Cambiar es abandonar
las seguridades para avanzar hacia delante, pero ¿hacía
donde? “.
Si queréis aportar vuestras opiniones y observaciones en
relación a las preguntas anteriores, podéis enviarlas a luis.aviles@prh-iberica.com
Para
terminar, os invito a acoger las
sensaciones que haya podido despertar el tema del artículo:
·
¿Qué sensación/es se me han despertado respecto
a mi propio cambio y evolución?
·
¿Me moviliza en alguna dirección?
Luis Avilés
fotos de Barbara Bermúdez
No hay comentarios:
Publicar un comentario