sábado, 30 de noviembre de 2024

REGULAR LA AMBICIÓN

 

La acepción principal del término ambición en los principales diccionarios de la lengua tiene un sentido peyorativo. Vienen a definirla como “el ansia o deseo vehemente de algo”.  Sin embargo, en muchos contextos empresariales y de recursos humanos su sentido es más bien positivo. Es considerada como “el impulso a fijarse retos y metas difíciles de alcanzar, que en principio pueden parecer muy difíciles o casi imposibles, pero que generan una activación superior en el desempeño de las responsabilidades y tareas”. Esto está bien, pero hasta cierto punto…

Es ese “hasta cierto punto” el que vamos a tratar de definir. ¿Cuándo la ambición deja de ser positiva y se acaba convirtiendo en un problema para la persona o para la organización?  

Como profesionales PRH y en ENTORNO HUMANO, en el trabajo con diferentes organizaciones y empresas, consideramos que algo esencial en el ser humano en general y en los equipos en particular, es la toma de conciencia a fondo de las cualidades y capacidades que permiten a la persona un progreso y desarrollo de sus competencias para la mejora de su desempeño. Respecto a este tema podemos hablar de ambición en términos positivos como afán de superación, búsqueda de mejorar y avanzar, atrevimiento y osadía para emprender y realizar lo proyectado superando las dificultades y los hándicaps de la puesta en obra. Todo esto supone y requiere un buen grado de ambición. Esta ambición es necesaria para aportar un plus, un valor añadido a la organización y a la realización personal. Esta ambición puede ser esencial y muy beneficiosa para la persona y para la organización en la que se encuentra.

Sin embargo, cuando la ambición lleva a la persona a situaciones demasiado estresantes, de ansiedad o agotamiento, se llega a convertir en algo negativo. Si genera en las personas, sean directivos o trabajadores, estos tipos de síntomas sería una señal de que estamos entrando en una ambición desajustada o desequilibrada tanto para la persona como para la organización en la que está inserta, aunque no sea perceptible, en ocasiones, a corto o medio plazo para ambos.

¿Qué síntomas nos hablan de que la ambición no es ajustada?

Los principales síntomas son internos. La persona puede percibir que está más revolucionada de la cuenta, no está equilibrada interiormente, vive en un sobreesfuerzo permanente, se está dejando arrastrar por un hacer más allá de sus posibilidades o por una necesidad de reconocimiento, de prestigio, de destacar o sentirse valorado que pueden impedir o dificultar ver la realidad personal y colectiva al completo. En el fondo de sí, la persona no está en paz interiormente ni equilibrada. Su ambición dirige y controla sus decisiones y acciones sin tener en cuenta otros elementos importantes llevando a agotar sus energías, descuidar otros aspectos de su vida e incluso de la empresa.

Pero también podemos detectar síntomas externos que el propio afectado no llega a ver. A la persona se la puede ver en el equipo desajustada, estresada, superada en lo que ha emprendido, dedicando un tiempo desproporcionado al trabajo, o con un exceso de intensidad o dedicación. Este tipo de ambición suele ser dañina para las relaciones con compañeros, con la familia e incluso despreciativa del propio sentido común. Aparece fácilmente la irascibilidad, el desprecio de los consejos, la autosuficiencia, la distancia de los colegas, etc… En algunas personas, se percibe que su rendimiento tiene picos, altos y bajos pronunciados. Demasiado en algunos momentos, brusca bajada en otros (por la necesidad inevitable de compensar).

¿Qué consecuencias puede tener el dejarse arrastrar por una ambición excesiva?

Las consecuencias de dejarse arrastrar por una ambición exagerada pueden ser diversas y en diferentes aspectos.

Tal como dice el refrán: “la ambición rompe el saco”, un exceso de ambición puede causar diversos problemas tanto para el individuo como para la organización, aunque lo emprendido sea beneficioso para ambos en algún aspecto.

En la persona pueden aparecer:

  • Problemas de salud: estrés, úlceras estomacales, enfermedades intestinales, cardiovasculares o cutáneas, …
  • Deterioro físico a medio o largo plazo por los desajustes entre las fuerzas y energías y el sobreesfuerzo requerido.
  • Insatisfacción interior profunda, aunque se hayan conseguido resultados.
  • Problemas relacionados con el burn-out.
  • Problemas de tipo relacional (en la propia organización, en la vida personal y familiar) e incluso de aislamiento. Malhumor, irritabilidad, desprecio de los demás, …
  • Momentos depresivos alternando con momentos eufóricos.
  • Etc..

Para la empresa:

  • El capital humano que representa la persona se puede resentir en el medio y largo plazo en el rendimiento.
  • Puede afectar al clima laboral generado a pesar del beneficio obtenido.
  • Los objetivos a largo plazo y el propósito de la organización pueden pasar a un segundo plano ya que prima más la necesidad individual de reconocimiento y valoración del individuo o de un departamento de la organización que la propia finalidad de la organización.

¿Qué fomenta la ambición?

A nivel social:

La cultura de la competitividad. Estamos impregnados de esta cultura. Ser los mejores, ser más que los demás. ¿Por qué no ser nosotros mismos en vez de ser los mejores? Cada organización tiene su lugar en el conjunto de sus pares. ¿Es necesario vivir esa competencia feroz que se vive en muchos sectores de actividad entre las organizaciones?  Se nos educa desde pequeños para ganar, para ser mejor qué, para ser el número uno, para estar por encima de los demás. Si no es así, parece que uno no vale.

La cultura del esfuerzo junto con la sobrevaloración de las propias capacidades. Es otro elemento cultural muy arraigado en nuestras sociedades. “Querer es poder”, es uno de sus eslóganes más conocidos. Quien no se esfuerza, no consigue. Esto es positivo, pero a veces es llevado hasta el extremo se convierte en un problema.

A nivel individual:

  • La necesidad de destacar por encima de los demás para ser reconocido y sentirse con valor. La necesidad exagerada de reconocimiento y valoración motivada en muchos casos por una autoestima personal baja.
  • La poca conciencia del propio valor, de las propias capacidades hace que las personas sean muy dependientes de lo conseguido. Tener éxito es conseguir resultados.
  • La imagen ante los demás. Hacer algo que destaque, que sorprenda, que conlleve alabanzas.
  • La búsqueda de poder o de ascender en la empresa a toda costa como medio para conseguir ese reconocimiento y poder “sentirse alguien”.

¿Cómo regular la ambición? ¿Qué recursos tenemos para frenar el exceso de ambición?

Para regular la ambición es necesario vivir y desarrollar unas determinadas actitudes y valores que contrapesen y equilibren a aquellas que fomentan la ambición, a saber: honestidad consigo mismo y con la organización, realismo, humildad, prudencia, buen discernimiento.

Estas actitudes y valores atemperan la ambición, la ajustan e impiden dejarse llevar por la ambición exagerada.

Es importante discernir y verificar que lo que se pretende o se proyecta es viable, posible y alcanzable tanto a nivel personal como organizacional. Cuestionarse interiormente y pedir feedback a otros de confianza, ayuda. No precipitarse en la puesta en marcha a toda costa. Verificar las fuerzas y energías para llevar a cabo el proyecto, etc., etc.…

Por otro lado, como organización, el generar un clima y un ambiente para poder ir saliendo de esas influencias culturales negativas o al menos relativizarlas y ajustarlas para vivir un equilibrio.

Por último, la ayuda y el acompañamiento de expertos a nivel personal como organizacional para ajustar las expectativas y la ambición para que los proyectos y objetivos sean ambiciosos, valientes y osados, pero también realistas y equilibrados.

Aquí invito a parar y cuestionarnos:

  • ¿He tenido situaciones dónde me he dejado arrastrar por la ambición? ¿Cómo me ha ido?
  • ¿He tenido situaciones dónde he sido capaz de atemperar la situación? ¿Qué efecto ha tenido?

                                              

domingo, 17 de noviembre de 2024

CANSADO DE "BABELES"

 

La Torre de Babel representa el paradigma de la división y la confusión. Es el prototipo de sociedad que acaba entrando en un proceso de desintegración y desunión, y que se manifiesta por la falta de entendimiento (hablar distintas lenguas), la desarmonía y la confrontación social.

Hoy estamos en una situación donde la división social es importante (aunque siempre lo ha sido) a nivel político y social en gran parte del mundo. Siempre ha habido bandos, pero después de años de una mayor estabilidad y equilibrio nos encontramos en un momento de mayor crispación política, medioambiental, bélica y religiosa.

Lo que quiero destacar aquí es la tendencia que tiene el ser humano a dividir, separar, a anteponer lo propio a lo colectivo, a destacar lo que diferencia más que lo que une. Siendo ésta una de las principales causas de conflictos, desgracias y desastres que han azotado y asolado a la humanidad desde el comienzo de los tiempos.

Y nos cuesta aprender; al menos, a una gran mayoría de habitantes de este planeta. Ver como esto se repite una y otra vez me produce cansancio y hastío. Estoy cansado de la infinidad de “babeles” que hay por doquier cuando amo la paz y el entendimiento, y creo que es posible alcanzarlo.

Las diferencias son normales e inevitables. Se pueden ver como riquezas siempre que se sepan vivir, o pueden ser grandes problemas si no se viven bien.

¿A qué diferencias me refiero? En todos los órdenes y ámbitos de la vida hay diferencias y divisiones. Algunos ejemplos:

Fronteras. Las fronteras dividen, separan, generan sentimientos identitarios que pueden excluir e incluso repudiar al que no está entre nuestros compatriotas. Guerras, exterminios y explotaciones de unos pueblos a otros son ejemplo de este tipo de división.

Los credos y las religiones. También pueden separar. Cuando se vive la religión propia como la verdadera y única y todo lo demás como malo y negativo, mal vamos. Las guerras y luchas religiosas han destrozado millones de vidas a lo largo de la historia. En nombre de un determinado dios supuestamente verdadero y único se ha masacrado a multitud de inocentes.

Ideas e ideologías. Los que piensan como yo son los que valen. Los que piensan de distinta manera, son enemigos. Esta es otra diferencia que ha generado y sigue generando luchas y conflictos interminables entre los humanos. Capitalismo vs comunismo. Derechas contra izquierdas.

Etnias y razas. Quien tiene un color de piel distinto al mío ¿es peligroso para mí?, ¿es menos que yo? ¿tiene menos derechos que yo? ¿me daña su presencia? ¿vale menos que yo? La distinción por la piel o las características físicas o corporales provoca divisiones y conflictos en el mundo desde que el mundo es mundo.

Culturas y pueblos. Lo mejor es mi cultura. Lo que viven los otros está atrasado, no es entendible, es raro o extraño. Y a veces se llega a la conclusión de que hay que eliminarlo. Lo occidental frente a lo oriental. Las tradiciones de los países del norte respecto a los países del sur. La supuestamente “civilizado” frente a los salvajes, etc, etc. En definitiva, mi identidad cultural frente a la de otros pueblos. El etnocentrismo que ha arrasado a pueblos indígenas en todos los continentes.

Sexo. La de desprecios, marginaciones y abusos que ha habido a lo largo de la historia por ser mujer, por haber nacido así. Hablamos de diferentes formas de misoginia y explotación de la mujer entre otros males.

Edad. Lo joven frente a lo viejo. El desprecio a los ancianos, el desprecio a la pérdida de juventud. Son problemas de nuestra civilización actual en lo que denominan edadismo.

Ricos y pobres. Los que tienen más frente a los que tienen menos. La diferenciación por clases sociales, el desprecio y marginación de los pobres por los ricos.

Incluso en el deporte se vive la división. Defiendo hasta la muerte a mi equipo, desdeño y rechazo a los del otro equipo.

Etc…

Hemos antepuesto lo propio, lo nuestro, nuestra singularidad, nuestra visión de la vida y del mundo, a lo que une a toda la humanidad. Esto hace que todo esté trastocado, al revés.

Me parece importante empezar por el comienzo y recordar permanentemente lo que nos une:

 “Soy un ser humano que vive en un planeta llamado Tierra, en un momento y en un tiempo determinado de la historia humana. Ciudadano del mundo, mi patria es el mundo. Aunque vivo en un lugar concreto del planeta, en un determinado entorno.

Necesito respirar, comer, dormir, moverme, estar sano y vivo.

Tengo corazón, siento y padezco. Sufro y disfruto. Vivo satisfacciones y placeres, pero también insatisfacciones y frustraciones.

Pienso, puedo reflexionar y razonar.

Necesito comunicarme con otros. Necesito de los otros para vivir, no soy autosuficiente. Necesito su contacto, oírlos, verlos, sentirlos. Necesito su apoyo, su cariño y comprensión, ser aceptado y valorado.

Desde el comienzo de mi vida he necesitado ayuda. A lo largo de toda mi vida necesito ayuda para muchísimas cosas. Sin los demás no podría realizarme y, ni siquiera, subsistir.

Tengo capacidades y límites, virtudes y defectos. Capacidades y virtudes que puedo desarrollar, límites y defectos que puedo aceptar y aprender a reducir.

Creo en la Vida, creo en lo que da sentido a mi vida.

Tengo sueños, aspiro a mejorar, deseo aprender y progresar.

Busco ser feliz”. 

No creo que haya nadie que no se identifique con esto. Es la esencia de ser humano. Así somos todos los seres humanos. Todo esto nos une. Lo demás viene a posteriori o es secundario. Si esta conciencia de formar parte de UNA ÚNICA HUMANIDAD está bien asentada, vivenciada, asimilada e integrada en lo más íntimo de nuestra persona, las diferencias nunca llegan a ser una cuestión que genere problemas y división. Nuestras diferencias, entonces, pueden ser un enriquecimiento.

Por tanto, es capital que todos los seres humanos aprendamos a reforzar y fortalecer lo que nos une. Y volver una y otra vez a ello en las escuelas, en las familias, en las instituciones, como un auténtico credo colectivo, porque solo desde esa identidad de seres humanos se puede vivir en armonía la diversidad, la diferencia.

E invito a esta reflexión:

·         ¿Qué experiencia personal tengo de valorar y apreciar al que es diferente de mí?

·         ¿Dónde se enraíza en mí el vivir negativamente las diferencias?






miércoles, 13 de noviembre de 2024

MANUAL DE VIDA

 

Estando en la feria del libro me dio por comprar un pequeño librito de un pensador de la antigüedad, Epicteto. Leyéndolo me encontré con este párrafo:

Ante cualquier situación que pueda sobrevenirte, recuerda volverte hacia ti mismo y preguntarte con qué poder cuentas para afrontarla. Si ves a un hombre o una mujer hermosos, descubrirás que el poder frente a eso es la continencia. Si se te presenta alguna dificultad, hallarás la perseverancia. Si se trata de un agravio, hallarás la tolerancia. Así, cuando te hayas acostumbrado a esto, no te verás arrastrado por tus representaciones”. (Manual de Vida, Epicteto o alguno de sus discípulos).

Me sorprendió la similitud con algunos de los planteamiento de la formación PRH. En nuestros cursos y acompañamiento individual invitamos a que las personas conozcan bien algo parecido a lo que enseñaba este pensador de hace más de dos mil años.

Primeramente, a volverse hacia sí mismos y cuestionarse interiormente desde qué aspecto o aspectos de su ser o identidad profunda (capacidades, valores, actitudes positivas, ...) es posible afrontar una determinada situación, sea la que sea, bonita o fea.

Segundo, si esta forma de proceder acudiendo a esos “poderes” se vive de una manera habitual, esto conduce a una gestión adecuada de la vida y se evita dejarse arrastrar por la sensibilidad y los principios del yo-cerebral. Resulta que Epicteto denominaba representaciones a los juicios que la persona hace (cerebral),  y a los impulsos, deseos y aversiones (sensibilidad).

Tercero, él denomina “poder” a lo que nosotros denominamos capacidades, cualidades, etc… Y efectivamente, todas nuestras capacidades, dones y riquezas son realmente poderes. Cuando los ejercemos y los vivimos de una manera habitual podemos llegar a sentirlos como auténticos poderes. Esa consciencia y uso de ellos nos da una seguridad y un dominio sobre las situaciones que de otra manera no se tendría.

Es llamativa la similitud. Me sorprende la convergencia en la búsqueda de cómo vivir, de cómo llevar la vida y cómo esto ya era una  preocupación de los seres humanos desde hace miles de años. Me reafirma en nuestra forma de ayudar a las personas para llevar adelante sus vidas y me hace sentir en conexión con este sabio estoico de la Antigua Roma. Desde entonces, y mucho antes, siempre ha habido personas que se han preocupado por enseñar y ayudar a otros congéneres cómo vivir la vida que se les presenta.  Como muestra, este Manual de Vida.





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