martes, 10 de noviembre de 2020

Y tú, ¿qué alimentas?

 

Os presento un cuento indio que posiblemente habéis leído o escuchado alguna vez:

Cuenta la leyenda que un anciano y sabio jefe de una tribu Cherokee le enseñaba a uno de los jóvenes guerreros, posiblemente su nieto, acerca de la vida.

Viendo las contradicciones que vivía el joven entre distintas formas de afrontar las disputas con otros jóvenes, le dice:

- “En cada ser humano se libra continuamente una gran batalla, una batalla interior entre impulsos enfrentados y contrarios. Es como la lucha entre dos grandes lobos que quieren dirigir la manada. Uno de ellos representa lo oscuro, lo retorcido, lo innoble. El otro representa lo claro, lo honesto y noble.
El joven se queda pensado y pasado un tiempo le pregunta:

- “Noble anciano, y ¿qué lobo gana?”

El sabio jefe de la tribu, le mira fijamente y le contesta:
- “Aquel que más alimentes a lo largo de tu vida”.

 

Me gusta este cuento, a pesar de esa dicotomía entre bien y mal que presenta, con la que no estoy totalmente de acuerdo tal como es presentada.


Me interesa, sobre todo, por lo que entiendo que quiere transmitirnos:  




las personas tenemos el poder y la capacidad para hacer crecer y desarrollar en nosotros mismos distintas vivencias.  Algunas positivas (valores, capacidades, habilidades …) y otras no tan positivas (miedos, rencores, obsesiones …)  a través de las opciones y decisiones que continuamente estamos tomando.

 

Podemos elegir ir en una dirección u otra al alimentar unas vivencias u otras, tanto si las exteriorizamos como si no. Vivencias como son el odio o la concordia, el pesimismo o el optimismo, la fe o el escepticismo …

 

Y ante esto, nos pueden surgir varias cuestiones:

·         ¿Qué significa aquí alimentar?, o ¿a qué se refiere con alimentar?

·         ¿Qué podemos alimentar?

 

¿Qué entendemos por “alimentar”?

Alimentar es dar espacio, lugar y tiempo en nuestra vida cotidiana a determinados aspectos vivenciales que podríamos catalogar como positivos o negativos.

Es ejercitar, desarrollar, frecuentar, repetir, volver sobre ese algo, actuar y decidir a partir de él, sentirlo, pensarlo, comunicarse, relacionarse en función de ese o esos aspectos o elementos de nuestra vivencia o sentir personal.

Cuando damos espacio en nuestro interior, en nuestra mente, en nuestro corazón o en nuestros actos a algo, le damos vida, lo alimentamos y hacemos que ese aspecto crezca, se despliegue, engorde, pudiendo llegar a configurar nuestra personalidad. Esto último sucede cuando se vive con frecuencia ese elemento en cuestión. Si fomento la reflexión podré ser una persona reflexiva, si fomento la mirada negativa llegaré a ser una persona que tiende a ver lo negativo.

¿Qué podemos alimentar?

Como ya decíamos anteriormente, podemos alimentar aspectos positivos o negativos de nuestra personalidad. Puede ser una virtud o un valor, una capacidad o una habilidad, una actitud o una tendencia, un comportamiento, un principio, una idea, un pensamiento, una emoción o un sentimiento.

Parece de Perogrullo, pero somos lo que hacemos. Somos lo que frecuentamos, lo que ocupa un lugar y un espacio en nuestra vida.  Uno llega a ser habilidoso con los ordenadores dedicando tiempo a ello, se llega a ser honesto realizando actos de honestidad, se llega a ser obsesivo de tal cosa pensando muy a menudo en ello y sin freno. Se llega a ser miedoso dejando que el miedo ocupe espacio en nuestra vida.

Realmente, ¿tenemos la capacidad de elegir lo que queremos vivir?

En una gran parte, sí. Va a depender del grado de conciencia que tengamos de nosotros mismos.

Aquello de lo que somos conscientes, lo podemos llegar a dominar y controlar, pero lo que es inconsciente, es incontrolable. Lo vivimos, pero no nos damos cuenta de ello. Por tanto, es fundamental ganar en conciencia de lo que vivimos, pensamos y sentimos, del porqué de nuestras reacciones y comportamientos. Esa conciencia es el primer paso para poder dirigir nuestra vida en una dirección u otra. Es una tarea de nuestra inteligencia. Uno de los objetivos básicos de la formación PRH es ese, ayudar a que las personas puedan conocerse a sí mismas, identificando lo que viven y lo que les mueve a vivir así. Todos nuestros cursos tienen como primer objetivo ese autoconocimiento.

Pero no solo es importante tener conciencia de lo que uno siente, vive o piensa. Es necesario desarrollar la capacidad de elección entre vivencias distintas, ser capaz de diferenciarlas, localizarlas, poner la “mirada” en un elemento u otro,  y optar entonces por prestar una especial atención a un elemento u otro. Ahí entran en juego la libertad y voluntad individual. Libertad para elegir y voluntad para llevar a cabo, apoyar o afianzar lo elegido. Educar o reeducar nuestra libertad y voluntad para dirigir nuestra vida de una forma constructiva también forma parte de nuestros objetivos en la formación que ofrecemos en PRH.

La siguiente cuestión parece obvia, ¿a qué dedico mis pensamientos, mi sentir, mi actuar?

Me he encontrado a lo largo de la vida con muchas personas. He aprendido a observar e identificar qué alimentan más en su vida. En cuanto la persona se muestra, se deja ver, se nota.  En cuanto nos comunicamos se nos puede percibir. ¡Y hay tanta variedad de formas de vivir! …

Hay quien dedica gran parte de sus momentos cotidianos a “quedar bien”, a parecer, a no desentonar, a no molestar o no señalarse ante los otros.

Algunas personas alimentan mucho en su vida el ser reconocidos, admirados, halagados. Tratan de hacer las cosas muy bien, tratan de destacar, de ser vistos, se esfuerzan por dar una buena imagen.

Otros dedican gran parte de su tiempo a estar distraídos, ocupados, haciendo cosas para no encontrarse frente a sí mismos, o para no sentir el aburrimiento, la soledad o el vacío. O se entregan frenéticamente a algo: ver futbol, coleccionar cosas, trabajar intensamente, etc.

También existen quienes desarrollan valores y actitudes positivas que viven con los demás y consigo mismos. Han aprendido a desarrollar la empatía, a amar el estudio y la investigación de alguna materia, a colaborar con determinada tarea que les apasiona, a sentirse con algo que aportar o transmitir a los demás, a buscar cómo mejorar su organización o trabajo, por poner algunos ejemplos.

Hay quien ha desarrollado tanto un valor concreto que se le identifica claramente con él. Llega a ser bondadoso o bondadosa, trabajador o trabajadora, justo o justa, sensato o sensata …

También están quienes les dan vueltas a las cosas, rumian y se regodean en ello.

Están quienes han alimentado la sensación de que no van a tener éxito en la vida. O los que tienen la agresividad y la rabia a flor de piel habitualmente, o la envidia, o la tristeza. O los que se sienten culpables por todo, por hacer o por no hacer.

Y así podría continuar y continuar y continuar.

Como conclusión.

La vida es más corta de lo que parece. No la desperdiciemos dedicándola a lo que no enriquece. Si la desperdiciamos, si se nos pasan las horas muertas, ¿qué podemos esperar que sea nuestra vida?, si no controlamos suficiente lo que vivimos, ¿dónde vamos a llegar?, si no perseveramos en cosas que son importantes, ¿qué pretendemos conseguir?

Y una invitación. Dediquemos tiempo a lo importante, a lo esencial de nuestra vida. Hay tiempo para muchas cosas, pero tenemos que elegir bien aquello a lo que nos entregamos, de manera que nos podamos quedar lo más satisfechos posibles con nosotros mismos, con nuestro comportamiento y manera de vivir.

Finalmente, nos podemos preguntar:

  • ¿Cómo soy yo? ¿Qué alimento de manera habitual en mi vida?
  • ¿Estoy satisfecho/a de ello?
    • Si lo estoy, ¿por qué?
    • Si no lo estoy, ¿podría hacer algo para cambiar esta forma de vivir?


domingo, 13 de septiembre de 2020

NO NECESITO AYUDA

 

Uno de los problemas que observamos en algunas personas a las que ofrecemos medios para avanzar, mejorar o tratar de solucionar sus problemas y dificultades es que consideran que no necesitan ayuda. Tienen la convicción de que con ayuda no van a estar mejor de lo que están. Entonces impera el refrán: “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Y la persona se conforma, se acomoda a lo que tiene, o se ha acostumbrado a vivir de esa manera. Pesa más lo conocido que la inseguridad de lo novedoso.

A veces nos dicen: “yo ya sé lo que me van a decir”. Y podrían saberlo. Pero mejorar no es solo saber qué hacer; también requiere otros elementos que la ayuda puede facilitar.

En otras ocasiones las experiencias negativas vividas cuando se ha pedido ayuda hacen que no estén receptivas ni dispuestas a dejarse ayudar nuevamente: no les sirvió, no era lo que esperaban, el que ayudaba no era suficientemente competente o no atinó con lo adecuado para que avanzasen.

También he observado que era tal la expectativa que se tenía de la ayuda o del posible cambio o mejora que lo ofrecido no podía alcanzar, de ninguna de las maneras, lo esperado.


En otros casos, el motivo de decir “no” es la percepción que se tiene sobre el ser ayudado: “no estoy dispuesto a ponerme en manos de nadie”, lo cual revela una visión de la ayuda un tanto errónea y distorsionada.

Igualmente me he encontrado con personas que no creen que puedan estar mejor de lo que están, que no consideran que puedan cambiar, evolucionar o ser diferentes de lo que son. Incluso he oído decir: “el que nace lechón muere cochino”, viniendo a decir que no es posible cambiar, que los problemas vienen con nosotros y que la vida es así. O achacarlo a la genética: “Es que soy como mi padre”.

 

¿Qué facilita que la persona se deje ayudar? O, dicho de otra manera, ¿qué elementos externos favorecen que una persona se deje ayudar?

Hay varios elementos que facilitan que una persona se atreva a pedir ayuda o a aceptarla:

  • Importante, el testimonio o referencia de personas cercanas que se han dejado ayudar y han visto en ellas evoluciones positivas. Esto abre a: ¿es posible para mí?
  • La calidad de presencia y de humanidad de quien se lo manifiesta. ¿A qué me refiero con calidad de presencia humana? Me refiero a que quien se lo expresa viva unas actitudes positivas: respeto y aceptación del otro tal como es, humildad y no prepotencia, no situarse por encima, comprensión y empatía… Esa calidad humana, en la que el otro no percibe un interés “oculto”, y sí percibe altruismo, es fundamental para que alguien reacio se pueda abrir a una posible ayuda.
  • Un entorno en el que el ser ayudado es algo normal y no excepcional. En este sentido beneficia el que cada vez haya más gente que acuda a psicólogos o profesionales de la ayuda y esto esté integrado en la sociedad. Que alguien pida ayuda no significa que esté loco o loca. De la misma manera que acudimos a un médico cuando tenemos un problema de salud, o a un fontanero, si tenemos un problema de cañerías, es normal que acudamos a un profesional de la ayuda si tenemos un problema que tiene que ver con nuestro psiquismo, nuestra manera de ser, de hacer o de comportarnos. Nos puede ahorrar tiempo y solucionaremos más eficazmente nuestros problemas.
  • Facilitarle vivir experiencia positivas (encuentros, contactos, lecturas, etc.) que permiten tomar conciencia de que hay más que lo que suelen vivir. Que no soy sólo éste o aquel problema. Que mi vida es más que todo eso. Y es posible descubrirlo o vivirlo más.Esas experiencias positivas pueden despertar el hambre de más, de mejorar, de avanzar y de que esto rompa la resistencia a pedir ayuda.

 

¿Qué es necesario, por parte de la persona, para dejarse ayudar? O, expresado de otra manera, ¿qué actitudes son necesarias por parte de la persona?

Este problema de no dejarse ayudar es más amplio que respecto a  dejarse ayudar para solucionar algunos problemas o mejorar unos determinados comportamientos. Va mucho más allá. Veo personas a las que les cuesta mucho reconocer que no saben o no son capaces de algo. Cuando alguien no reconoce su falta, carencia, error o dificultad, no puede cambiar ni mejorar.

Acoger y reconocer la propia realidad personal es algo que invitamos a vivir desde el minuto uno a los participantes en nuestros cursos y medios de ayuda. Esta dificultad para reconocer su realidad tal cual es, es un importante problema para pedir ayuda. No necesito…, si yo ya lo sé…, yo sé cómo…, ya me las apañaré, …

Estamos hablando aquí de una capacidad, de una actitud fundamental para progresar: la capacidad de aceptación de la realidad y la humildad para reconocer la realidad tal cual es, sin embellecerla, negarla, deformarla, parcializarla u obviar determinados elementos de ella. Esta actitud es mucho más importante de lo que la gente, habitualmente, cree. Quien no se reconoce en proceso y, por tanto, a “medio hacer”, con carencias, con dificultades, con fallos u errores en la vida no va a hacer nada para que eso cambie o evolucione. Y vemos muchas personas que sufren indefinidamente en sus circunstancias concretas sin poder hacer nada para remediarlo por esa ceguera sobre la propia realidad.

Ser humilde es reconocer que no lo sé todo, que necesito de otros, que solo no puedo, que hay más ideas y pensamientos fuera de lo que yo pienso, que alguien puede tener más experiencia y conocimiento que yo en muchas materias … entre otros muchos aspectos. La humildad nos permite medir bien nuestras fuerzas y capacidades, sin magnificarlas ni subestimarlas. Nos saca de la autosuficiencia y de la prepotencia.

Como decía, esta actitud es fundamental para poder pedir ayuda, para abrirme a otro u otros y reconocer que, quizás, otro puede ser más experto que yo y me puede aportar algo que no tengo. Esto permite a la persona ponerse en la escuela de otro o de otros. Para aprender, tanto en el saber como en el ser, es necesaria la humildad.

También es muy importante otra actitud: el anhelo de algo mejor. Creer en algo, tener esperanza de que es posible vivir de otra manera, mejorar, progresar. Sólo mirando dentro de sí mismo, en lo más hondo de sí mismo, es posible encontrar lo que despierta esa fe o esperanza. Es conectar con aspiraciones profundas, sueños por realizar, aspectos de nosotros que no son aún realidad, que están en potencia, en germen.

Es posible…, se puede… Son algunas expresiones que nos pueden ayudar a conectar con ese anhelo de algo más. En ocasiones, experiencias vivificantes que nos dicen que hay más en nosotros, tal como hemos señalado anteriormente.

Estas dos actitudes se complementan y se necesitan una a otra en la tarea de dejarse ayudar, aprender y poder mejorar.

Hay otras actitudes que favorecen el que la persona se deje ayudar. En PRH ofrecemos varios cursos para avanzar en nuestra forma de dejarnos ayudar y de ayudar. Son: Aprendo a hacerme ayudar y Aprendo a ayudar, en los que enseñamos el Método PRH que utilizamos para la ayuda individual a las personas. Ahí se observan y se invita a desarrollar las actitudes necesarias para vivir bien la ayuda recibida y ofrecida.

 

Para terminar, podemos preguntarnos:

  • ·         ¿qué me alcanza de este texto?
  • ·         ¿en qué me moviliza respecto a ayudar o dejarme ayudar?

 

Luis Avilés                                                                                                                                                                Formador PRH (Personalidad y Relaciones Humanas). Psicólogo

jueves, 23 de julio de 2020

No tengo tiempo…, o ¿no tengo motivación?

Muy a menudo escucho “no tengo tiempo para tal” o, “no puedo tener un rato para eso”. En muchas ocasiones que lo he oído me ha parecido una excusa, una justificación. Siempre respeto y comprendo a quien lo expresa; pero, analizándolo, me doy cuenta de que lo que la persona realmente quiere decir es: “no tengo suficiente motivación para hacer tal, y por tanto no hay una movilización para dedicar tiempo a eso”.  Así lo traduzco. 


Esto nos pasa en muchos ámbitos y momentos de nuestra vida. Decimos: “tengo que hacer ejercicio, ir al gimnasio, etc...”; pero luego no lo hacemos. Y nos tranquilizamos con: “es que no tengo tiempo, tengo muchas cosas que hacer”.  En otras ocasiones oigo decir: “No me ha dado tiempo de hacerlo”. Y ha sido una tarea para la que se tiene más de un mes de plazo y que no requiere más de media hora. No es cuestión de que no haya habido tiempo suficiente para realizarlo; es cuestión de movilización de la voluntad.

Contrariamente, también me encuentro con casos en los que parece que la persona está a tope de trabajo, de actividades o de responsabilidades y, sin embargo, encuentra tiempo para estudiar una carrera, para una actividad solidaria en una ONG o para ir todos los días al gimnasio o a tal o cual actividad.

Lo que saco en conclusión es que, cuando algo nos motiva, nos interesa o nos importa, fácilmente encontramos el tiempo necesario para realizarlo. Sacamos tiempo de donde sea.

El tiempo es muy flexible: tenemos tiempo para aquello que nos importa, pero nada, o poco, para lo que no nos importa.

Esto me hace decir que la cuestión es que nos preguntemos si tenemos suficiente motivación para ello, porque entonces encontrará un espacio en nuestros quehaceres, y podremos ver cómo el tiempo parece que se estira y somos capaces de “encontrar el tiempo necesario para ello”. Realmente lo que hacemos es priorizarlo frente a otras cosas o asuntos. Por tanto, una clave fundamental para ver por qué hacemos o dejamos de hacer algo es nuestra motivación para hacerlo.

Esto me lo aplico a mí mismo. Ante cosas que repetidamente no hago y “quiero” hacer, me pregunto: “¿qué me pasa, por qué no lo hago?, ¿realmente estoy motivado?”. Y en ocasiones descubro que mi motivación no era suficiente, era muy superficial o no era una verdadera motivación. A veces era un simple deseo, una idea interesante, algo que puedo ver necesario, pero que “no me toma por dentro”, o el esfuerzo o dificultad supera la fuerza de la motivación.

Entrando más en detalle en esto, trato de observar a qué nivel de mi persona está la motivación, para ver de dónde nacen éstas y comprobar la profundidad o superficialidad de ella para hacerlo y lo que realmente está moviendo mi vida.

Descubro casos en los que la motivación principal era quedar bien ante los otros (la apariencia o la imagen). En otros casos la motivación era el deber (“tengo que…”), o el ideal (“debería…”), o los principios (“hay que hacerlo así...”), etc... Estas son motivaciones cerebrales.

Otras veces, las motivaciones son: agradar a los otros, no quedar mal, sentirse reconocido, no ser reprendido, o, simplemente, que no me multen. El miedo motiva; el no sentirse mal motiva. O hacer lo que me gusta, agrada o apetece, sin más. Estas son motivaciones a nivel sensible. 

También hay motivaciones que parten del cuerpo y que tienen que ver con la atención a sus necesidades o sus estados (descansar, dormir, comer, evitar sufrir, cubrir las necesidades sexuales, etc..).

A nivel profundo se pueden encontrar motivaciones que dinamizan y nos ponen en marcha. Son aquellas que parten de nuestras capacidades, aspiraciones o valores profundos; seguirlas nos hace crecer y realizarnos como personas. Por ejemplo, el gusto por ayudar, la capacidad de gestionar tal…, el deseo de crecer, el amor por…, etc, etc.

He comprobado que para movilizarme y no quedarme a medias toda mi persona tiene que estar dispuesta, activa y participativa, ya que esa decisión le afecta integralmente. La tiene que vivir el cuerpo, la mente, mi parte emocional y ser coherente con cómo soy de fondo. Entonces mi voluntad se puede movilizar más fácilmente para realizarlo o ponerlo en marcha.

Es importante que nos acostumbremos a pararnos a ver de dónde parten nuestros actos, o, dicho de otra manera, qué es lo que realmente hace que yo haga eso que he hecho, o que voy a hacer, o que me planteo hacer.

En PRH invitamos frecuentemente a acoger las motivaciones para llevar adelante algo, ya que, tomar conciencia de las motivaciones que realmente tenemos nos dinamiza, activa y hace que nos movilicemos con más determinación en la realización y puesta en práctica.

Para ver con más detalle algunos puntos tratados en este artículo, os invito a leer el capítulo 4: “¿Qué nos impulsa a actuar? El origen en nosotros de nuestros actos.” (páginas 55 a 69), del libro de PRH: “Saber decidir, clave para ser feliz”.

Luis Avilés. Formador y coach PRH




domingo, 17 de mayo de 2020

Una oportunidad para avanzar, personal y colectivamente, hacia un estadio superior de humanización.


Esta pandemia que estamos viviendo a nivel mundial, es algo insólito. Desde principios del siglo XX no se vivía en nuestro país una situación como la actual ni de las proporciones de ésta. Situación que nos ha obligado o está obligando a permanecer en nuestras casas para evitar el contagio del virus.

El miedo al contagio está provocando serios cambios de comportamiento en la sociedad en muchos órdenes de la vida. La obligación de reclusión hace que las calles de nuestras ciudades no estén como habitualmente están, que el movimiento diario de personas y vehículos se haya ralentizado, que se esté utilizando ámpliamente el teletrabajo, que el turismo de masas se haya detenido, que los centros educativos hayan cerrado y muchas personas se hayan quedado sin trabajo. La especie humana ha tenido que encerrarse en sus refugios.

Pero pronto aparecerán vacunas y fármacos que palíen, reduzcan y frenen los efectos de este virus tan agresivo. Poco a poco vamos controlando la pandemia. Entonces volveremos a la normalidad. Se habla continuamente en los medios de comunicación de una “nueva normalidad”, es decir, de una sociedad que ya no será como antes.

Ante esto nos surge la pregunta: realmente, ¿vamos a cambiar?

Hay diversidad de opiniones. Hay quien opina que en cuanto pase un tiempo y nos olvidemos, volveremos a lo de siempre. Hay quien opina que nunca vamos a vivir como antes. Entre un extremo y otro hay un amplio abanico de posiciones.

Y, cambiar, ¿en qué? 

¿Van a cambiar nuestros hábitos y costumbres de consumo, de relación, de diversión, de trabajo? Todo está por ver. Es cierto que, a lo largo de la historia, muchos avances sociales se han producido como consecuencia de desastres, pandemias o guerras. Situaciones en las que la sociedad en su conjunto ha dado un paso adelante. En ésta, ¿va a ser así?

Esta pandemia puede ser una oportunidad excepcional y magnífica para que la especie humana de un nuevo salto cualitativo en su desarrollo y evolución hacia una mayor humanidad.

¿En qué puede ser una oportunidad?

Puede ser una excelente oportunidad para crecer en conciencia personal, social, ecológica y de trascendencia.

Vamos a detenernos a analizar cada uno de estos aspectos:

     1. Desarrollo de una mayor conciencia personal.

Para una sociedad que está acostumbrada a acumular: relaciones, experiencias, aficiones, objetos, bienes o dinero; y a vivir una carrera hacia tener más, conseguir más, puede ser una oportunidad para desarrollar una mayor conciencia personal, y aprender a vivir valorando más lo que tenemos y somos. Valorar lo esencial, lo que habitualmente no valoramos. Las pequeñas cosas, los encuentros con los seres queridos, el aire fresco y respirable, los momentos cotidianos sencillos: el poder respirar, el poder hablar, el pasear por la naturaleza, nuestras cualidades y riquezas personales, etc.

Para una sociedad que está construida en la “exterioridad”, puede ser una ocasión excepcional para encontrar, recuperar o profundizar en un camino hacia su interioridad, para que el ser humano desarrolle más su capacidad para la reflexión y el auto-cuestionamiento. Cultivar la interioridad va a permitir que pueda descubrir que su universo interior puede ser tan apasionante como el exterior, y comprobar que, esta dimensión no está reservada a unos pocos, sino que es un gran regalo para todos.

Para una sociedad que valora especialmente el parecer y la imagen. Puede ser una oportunidad para desarrollar y vivir a partir de valores interiores, valores humanos, esenciales, que nos construyen desde dentro, que nos hacen más humanos y más felices.


Para una sociedad donde parece que todo está ya inventado, puede ser una oportunidad para activar una nueva creatividad y nuevas habilidades, nuevas formas de trabajo y modelos productivos, y no conformarnos con lo que hay. El mundo es así, el ser humano es así. Si queremos…

     2. Desarrollo de una mayor conciencia social.

Para una sociedad donde abunda el egocentrismo (la búsqueda de lo mío, de lo de mi grupo, de lo de mi pueblo o mi país), es una oportunidad para desarrollar una mayor conciencia social, es decir una mayor conciencia de que el ser humano es uno, de que las semejanzas son mucho más importantes que las diferencias, de que cuidando de que todos avancemos, el conjunto avanza más, sin necesidad de ir dejando gente en la cuneta (los que no son como nosotros: los pobres, los de otra raza, los de otra cultura, los de otra ideología, los de otra religión, los de otro continente, los de otra edad, …). Puede ser una buena ocasión para tener más en cuenta, especialmente, a los ancianos y a los jóvenes, a los débiles y necesitados. 

Sería un gran avance si aprendemos a vivir de una manera más solidaria los unos con los otros. Solidaridad, es cuidar al otro. Cuidando los unos de los otros, todos ganamos. En la teoría de la negociación se habla de distintas posibilidades en las estrategias utilizadas. Podemos tener como objetivo el “ganar-ganar” (ganar yo, pero que el otro también gane) o el “ganar-perder” (ganar yo, a costa de que el otro pierda). Ganar-ganar es pensar también en el bien del otro, es ponernos en su lugar y buscar, también su bien. Esta postura en la vida es un avance en solidaridad.

Para una sociedad que considera lo público como un derecho, pero que lo valora poco. Puede ser una oportunidad para valorar y potenciar lo público, aquello que es de todos, aquellos servicios que son esenciales para la colectividad y que, en la mayoría de los casos, no son especialmente rentables económicamente hablando, pero sí necesarios. Aquello que, en ocasiones difíciles como ésta, nos salva de un apuro y nos permite afrontar lo que nos afecta a la sociedad en su conjunto y posibilita una sociedad del bienestar.

     3. Desarrollo de una mayor conciencia ecológica.

Para una sociedad que vive en el consumismo permanente, acostumbrada a usar y tirar, a desechar rápidamente lo usado y viejo, a sustituir y no reparar. Puede ser una oportunidad para desarrollar una mayor conciencia ecológica y planetaria, es decir, una mayor atención y  cuidado por nuestro entorno próximo o lejano y tomar una mayor conciencia de la necesidad de priorizar el cuidado del planeta, en general, y de nuestro entorno cercano en particular, de un verdadero reciclaje, de evitar comprar lo innecesario, de reparar antes que sustituir, etc.

Este periodo de confinamiento ha sido para la naturaleza, un regalo. Un periodo de descanso excepcional en términos de emisión de gases, de generación de polución, de dejar espacio a otras especies de este planeta. Es necesario que el ser humano tome más conciencia de las necesidades de regeneración del planeta, de que los recursos naturales no son ilimitados, de los efectos de su actividad y su huella en los distintos ecosistemas.


4. Desarrollo de una mayor conciencia de trascendencia.

Para una sociedad que vive en lo inmediato, en lo concreto, sin detenerse demasiado en las grandes cuestiones: ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? ¿para qué estoy aquí? Puede ser una oportunidad para detenerse y abrirse a lo trascendente, a aquello que no tiene explicación racional, a aquello que nos sobrepasa, que no acabamos de comprender, o a aquello que nos puede dejar un poso de admiración, de sobrecogimiento y que a la vez nos puede hacer más hondamente humanos. Una dimensión en el ser humano, a veces desconocida o extraña si no la frecuentamos, pero que nos hace más nosotros mismos y que nos ayuda vivir más profundamente las anteriores conciencias mencionadas.


Veremos en qué queda todo esto. Hasta dónde los seres humanos nos vamos a comprometer con los cambios. Como ha sido hasta ahora, algunos lo conseguirán, otros no. Los que realmente se comprometen y avanzan, van haciendo progresar a la sociedad en su conjunto, con su ejemplo y testimonio, con su entrega y cambio, con su liderazgo en su materia. Así ha avanzado la humanidad a lo largo de la historia.
Ojalá que el número de personas que está dispuesta a cambiar y a progresar, crezca más. Hay muchos, pero habrá más.


Todo esto está muy bien, pero ¿cómo?

Esto que expreso aquí no es nuevo. Lo oímos a todo aquel o aquella que ve más allá de lo inmediato. ¿Pero cómo hacer esta evolución?

Para que esto sea posible es necesario:
  • Reflexionar. Para aprender hay que reflexionar e integrar lo que hemos vivido. ¿Estoy dispuesto a pararme y encontrar tiempo para cuestionarme y mirar dentro de mí?
  • Hacer las cosas de distinta manera. Esto supone un cambio de hábitos y, en ocasiones, de estilo de vida. ¿Estoy dispuesto a este cambio de hábitos y rutinas? ¿tengo claro en qué necesito cambiar?
  • Asumir nuestra pequeñez y vivirnos en humildad ante la realidad y avanzar paso a paso.


En PRH llevamos 50 años ofreciendo medios e instrumentos pedagógicos, en los cinco continentes y más de 35 países, para poder avanzar en lo que encierran estas líneas, en unos aspectos y otros. El resultado ha sido muy positivo entre quienes utilizan nuestra formación.

En estos días de confinamiento/desconfinamiento, ofrezco una formación que se llama El valor de mi vida, en online, para valorar mejor nuestra vida, lo que somos y tenemos y ser más felices con nosotros mismos.

Ofrecemos diferentes formaciones para avanzar en unos aspectos u otros. Podéis ver la oferta que tenemos en http://www.prh-iberica.com/formacion/listado-proximos-cursos

Os invito a conocernos y utilizar nuestros medios y herramientas. Merece la pena la inversión de tiempo, dinero y energías. Para mí, personalmente, fue y sigue siendo, la mejor inversión de mi vida: crecer como persona.

sábado, 2 de mayo de 2020

PUEDO ELEGIR CÓMO VIVIR LOS ACONTECIMIENTOS Y SITUACIONES


Hace unos días, en el curso: “Retos y oportunidades en periodo de coronavirus”,  una de las participantes, madre separada, comentó que este confinamiento estaba siendo duro para ella. 
El motivo era que, debido a su trabajo con público y al hecho de tener hijas con problemas respiratorios, había decidido que sus hijas no estuvieran con ella durante la cuarentena. 
Suponía una renuncia importante. Y añadía: “para mí, el confinamiento no lo vivo como una privación de libertad, no me siento forzada a hacerlo. Yo sé que es lo mejor para la población y para la salud de mis hijas, y supone una opción libre el hacerlo”.



Es esto último lo que quiero resaltar. La experiencia de esta persona me revela que podemos tener diferentes formas de acoger y vivir las normas y decisiones colectivas que “toman” por nosotros.

Cuando el gobierno, en este caso, decreta un estado de alarma e impone restricciones a la libertad de los ciudadanos, podemos vivir esta restricción de muchas maneras:

  • Puedo vivirlo desde el miedo a la autoridad, acatando la orden por miedo a las represalias, a las multas.
  • Puedo hacerlo desde el miedo a enfermar, o que enfermen mis seres queridos.
  • Puedo vivirlo desde la rabia o el enfado, desde el sentimiento de que me están obligando a hacer algo que no he elegido, que no quiero, o en lo que no creo.
  • Puedo vivirlo desde el pesimismo, la angustia, la ansiedad, etc..
  • Pero también puedo hacerlo desde algún aspecto de mi ser (lo mejor de mí), por ejemplo, desde la paciencia, la serenidad, la confianza, etc..
  • En el caso de esta madre, desde el sentido de solidaridad con los demás, desde una conciencia de formar parte de un conjunto y de que su actuación puede afectar o, incluso, dañar a otros. Esta forma de actuar, en la que se decide teniendo en cuenta todo: a los otros y a toda nuestra persona en su conjunto, lo llamamos en PRH, ser fiel a la conciencia profunda, o en otros contextos, tener una “conciencia social” (que no socializada) que nos hace tener en cuenta y empatizar con los otros,  ser conscientes de que nuestras decisiones afectan a más personas y solidarizarnos y colaborar con una decisión, que pudiendo ser más o menos acertada, pretende un bien (un mal menor) para el conjunto de la sociedad. Ésta fue la opción de esta madre.


Esto es un ejemplo, pero puede haber infinidad de situaciones donde entra en juego nuestra conciencia social:
·         ¿desde dónde pago mis impuestos?
·         ¿desde dónde vivo o ignoro el reciclar?
·       ¿desde dónde reacciono cuando me encuentro circulando en coche por una calle estrecha y veo que otro coche quiere salir de un aparcamiento?
·        ¿desde dónde hablo en voz alta o baja en un espacio público donde puedo molestar a otros con mi conversación?
·        ¿desde dónde vivo el consumir?

Pero, volviendo al caso que nos ocupa, quiero destacar aquí que podemos elegir cómo vivir lo que nos acontece. Tenemos la capacidad de optar y referirnos a distintos aspectos de nuestra persona: los principios, el deber,.. (nivel mental), los sentimientos y emociones,.. (nivel emocional), los valores y aspectos positivos de nuestra personalidad (nivel profundo). Esta posible elección hace que podamos dirigir nuestra vida desde lo mejor de nosotros y no ser llevados o arrastrados por las circunstancias, los miedos, los deseos de los demás, etc…

Para ello tenemos que: 
  • Aprender a identificar los distintos niveles de mi persona. 
  • Detectar a qué nivel se activa la decisión en primer lugar. 
  • Ser capaz de parar y cambiar el punto de referencia (si es necesario), optando por vivir la decisión desde lo mejor de sí mismo, desde lo positivo.

Los resultados de todo esto nos lleva a sentirnos más libres interiormente, más conscientes de qué dirige nuestra vida y más felices por desarrollar y secundar lo positivo en uno mismo. Dentro de lo positivo de nosotros está el “ser-con-otros”, esos aspectos que nos llevan a tener en cuenta el bien social y la humanización de nuestro entorno.

En los cursos PRH tratamos de ayudar a que las personas puedan progresar en esta forma de decidir en libertad y autenticidad, aprendiendo a que cada uno se descubra y aprenda ser fiel a su propia conciencia profunda. 
Y si no podéis hacer un curso PRH, os animo a leer el libro: Saber decidir, clave para ser feliz, donde expresa esta forma de vivir la toma de decisiones.

Para terminar, os animo a preguntaros:
  •  ¿me siento satisfecho/a de mi forma de tomar las decisiones? 
  • ¿decido desde lo primero que me viene o soy capaz de acoger otros planteamientos distintos  de los iniciales?
  • ¿tengo el reflejo de preguntarme: “desde dónde estoy decidiendo”? o, dicho de otra manera: ¿cuáles son mis referencias en las tomas de decisiones?


Luis Avilés

martes, 7 de abril de 2020

Realmente, ¿todo está en el cerebro?

EL SISTEMA EXPLICATIVO PRH Y LAS NEUROCIENCIAS.

El sistema explicativo de PRH es  el conjunto  coherente y estructurado de elementos que definen la visión antropológica y psicológica del ser humano fruto de una investigación para su crecimiento. Una parte del sistema explicativo es lo que denominamos  la estructura de la personalidad, la cual observamos que está formada por cinco instancias o niveles.  Se las denomina instancias ya que presentan un funcionamiento autónomo unas de otras y a partir de ellas pueden surgir movimientos interiores y posteriormente acciones.  Estas instancias interactúan entre sí.

El libro “la Persona y su crecimiento” (PRH,1997), define Instancia como “una topología de la estructura psicológica de la persona. Las instancias corresponden a lugares específicos de donde emanan las motivaciones para la acción. La antropología PRH distingue cinco instancias: el ser, el yo-cerebral, el cuerpo, la sensibilidad y la conciencia profunda. 

Cada instancia puede funcionar como un centro autónomo, es decir, sin que haya forzosamente acuerdo con las otras instancias.” Esta es una clave explicativa fundamental para comprender, desde nuestra  antropología, muchos fenómenos propios del ser humano: incoherencias, contradicciones, conductas de las que nos arrepentimos, dudas, división interior, etc…  El ser humano no funciona con un único centro de gobierno de sus decisiones. Tiene  varios y cada uno tiene su lenguaje, pretensiones, necesidades y particularidades.

Este planteamiento antropológico y psicológico ha chocado con la ciencia moderna que considera que el único centro de decisión es el cerebro. El cerebro controla, decide y es en él donde se dan todas las interacciones posibles cognitivas  y emocionales. “Todo está en el cerebro”.  Es una afirmación muy conocida y utilizada a menudo.

Por suerte (e investigación), las neurociencias evolucionan.  Uno de los avances de las neurociencias ha consistido en descubrir neuronas y observar procesos neuronales en otras zonas del cuerpo humano  distintas a la zona cerebral. Se ha observado que en el sistema nervioso entérico (aparato digestivo en su conjunto, especialmente la zona abdominal) hay  más de 100 millones de neuronas y se podría decir que funciona como “un cerebro” , siendo denominado por algunos especialistas como cerebro entérico.

Algunas de las características de este sistema son:
  • Genera neurotransmisores: 95% de la serotonina  (llamada hormona del bienestar) de todo el organismo, 50% de dopamina (hormona del placer)  y 30  neurotransmisores más con influencia en el cerebro.
  • Regula funciones  digestivas, emocionales y cognitivas.  
  • Funciona independientemente del cerebro.
  • Las transmisiones que envía al cerebro están  en una proporción de 9 a 1 con respecto a las que recibe del mismo, es decir la influencia del sistema nerviosos entérico en el cerebro es muy superior a la que el cerebro tiene en éste.
  • Todo este sistema está relacionado con la sensación de felicidad y satisfacción profunda según señalan los investigadores del mismo.

Para más información,  leer “The Second Brain” del neurocientífico  americano Michael Gerson (1999).


Otro de los avances de la neurociencia es el estudio de llamado “cerebro del corazón”. Se ha observado que:
  • El corazón no es un simple músculo. Alrededor de 40.000 neuronas se encuentran alojadas en este músculo que tiene otras funciones aparte de la de bombear sangre al cuerpo y reciclarla.
  • Tiene una compleja red de neuronas.
  • Genera neurotransmisores.
  • Funciona independientemente del cerebro, aportando información al mismo.
  • Todo lo relacionado con el corazón tiene que ver con la búsqueda de equilibrio orgánico.
  • El corazón produce la hormona ANF, la que asegura el equilibrio general del cuerpo: la homeostasis. Uno de sus efectos es inhibir la producción de la hormona del estrés y producir y liberar oxitocina, que se conoce como hormona del amor.
  • Parece ser que el corazón puede tomar decisiones y pasar a la acción autónomamente del cerebro. Puede aprender, recordar e incluso percibir.
  • El corazón envía más información al cerebro de la que recibe, y puede inhibir o activar determinadas partes del cerebro según las circunstancias.
  • Puede influir en la percepción de la realidad y en las reacciones.
  • El campo electromagnético del corazón es el más potente de todos los órganos del cuerpo, 5.000 veces más intenso que el del cerebro. Y se ha observado que cambia en función del estado emocional. Cuando se tiene miedo, frustración o estrés se vuelve caótico. 

      (Extractado de la entrevista en la Vanguardia a Anne Marquier el 14.3.2013).

Para ampliar información leer el libro de Anne Marquier: “el maestro del corazón” (2010).

Por decirlo todo, estas investigaciones no tienen el pleno beneplácito de toda la comunidad neurocientífica. Una parte de la misma  no le atribuye suficiente  validez ni credibilidad. Esperemos que se siga avanzando en este punto.      

Salvando las diferencias,  estas observaciones presentan coincidencias con las observaciones que PRH lleva realizando sobre el funcionamiento del ser humano y su crecimiento:
  • La sensibilidad es un centro autónomo situado en la zona del plexo solar. Está asociada a lo emocional. Busca el equilibrio. Se mueve en el registro de lo agradable-desagradable. La persona puede actuar desde sus emociones y sentimientos sin que el yo-cerebral controle o regule, al menos en parte,  esas manifestaciones.
  • El ser o yo-profundo, es una instancia que podemos localizar en el bajo vientre,  donde podemos percibir sensaciones de plenitud, felicidad, etc.. y cuando actuamos desde ese lugar tiene consecuencias positivas para el crecimiento de la persona. A este nivel  aparecen movimientos que sorprenden y que no controla la mente.
  • El yo-cerebral tiene el rol de comprender, decidir y movilizar las energías para la acción. Tiene la misión de gobernar la persona, pero puede hacerlo teniendo en cuenta a las otras realidades de la persona, o desconectado de la información y los movimientos que provienen de éstas. Igualmente puede suceder que haya acciones que se realizan sin su plena participación y sin su beneplácito, nacidas desde las otras instancias.


Para terminar, mi reconocimiento a PRH por la investigación sobre el ser humano y su crecimiento que lleva realizando desde 1970, y por su fidelidad a la máxima de André Rochais, Fundador de PRH: “mi maestro de pensamiento es la realidad”, aunque  estas observaciones no siempre hayan coincidido totalmente con la comunidad científica.

Luis Avilés

El crecimiento en metáforas


André Rochais (*) utilizaba imágenes, metáforas y comparaciones para ilustrar las notas de observaciones y algunos contenidos de cursos. Igualmente, los formadores PRH las usamos en nuestras acciones formativas.

Son elementos pedagógicos que ayudan a aclarar, entrar o facilitar la comprensión de fenómenos y realidades psíquicas o la integración de determinadas vivencias y experiencias. Encierran un contenido que no es fácil de expresar literalmente. La imagen permite una visualización rápida y eficaz del mensaje que se quiere transmitir. Se dice: “una imagen vale más que mil palabras”.

Las parábolas, los cuentos, los refranes, etc.., son parte del acervo cultural de distintas sociedades y culturas. Son formas de transmitir determinados conocimientos y experiencias individuales y grupales.

Con este artículo, nuestra intención es iniciar una sección en la newsletter en la que iremos presentando imágenes, metáforas, cuentos o refranes relacionados con el crecimiento y que, habitualmente u ocasionalmente, utilizamos en PRH para comprender aspectos del desarrollo personal y la interioridad. Empezamos…

Recordemos algunas de las imágenes que utilizó André Rochais en los cursos de inicio:

  • Los fondos submarinos para representar la emergencia del ser, los conceptos de presentimiento, certeza y evidencia en PRH.
  •  La roca de ser para mostrar la solidez de los aspectos más desarrollados y emergidos del ser.
  • El camino como imagen de proceso de crecimiento, evolución y avance en el conocimiento de si mismo.
  • El fluido conductor para representar la capacidad que tiene la sensibilidad de transmitir los estímulos y mensajes que recibe, de hacerlos llegar a las distintas instancias de la persona, y para señalar sus distintas formas de transmitir los mensajes. Sensibilidad serena, revuelta, bloqueada, etc.
  • La cinta magnetofónica (grabadora) para mostrar algunas características de la sensibilidad: capacidad de grabar y recuperar o restituir vivencias importantes de la persona a lo largo de su vida.
  • El mar como imagen de la volubilidad de los estados de la sensibilidad, que puede estar serena y en paz, agitada, tormentosa, transparente o turbia,..




Ahora vamos a presentar dos imágenes, quizás menos conocidas, para ilustrar aspectos relacionados con el yo-cerebral:


La imagen del capitán de barco para representar el papel del yo-cerebral en el conjunto de la persona. En un barco, el capitán es quien gobierna y dirige. Analiza las situaciones, decide, da órdenes y coordina y moviliza al resto de la tripulación. Esto es similar a las funciones de inteligencia, libertad y voluntad que atribuimos a la mente. Así mismo, un capitán puede ocupar bien su lugar o puede dimitir, puede ser un buen o mal gobernante y llevar el barco de manera correcta o inadecuada o incluso, hacerlo zozobrar. Igualmente le sucede al yo-cerebral con respecto a su responsabilidad con el conjunto de la persona.
El capitán con los años de experiencia y aprendizaje puede ir siendo más experto en su rol. Nuestra mente, puede aprender, mejorar y desarrollar actitudes y funcionamientos que permitan un buen desarrollo de toda la persona.



·         ¿Cómo de experto considero a mi yo-cerebral en la conducción de mi vida?
·         Actualmente, ¿en qué puede progresar o mejorar?


La línea de horizonte y el ideal de sí mismo. El ideal es como la línea de horizonte. Si me acerco unos pasos, se aleja esos mismos pasos. Siempre está a la misma distancia. Cuando progresamos y conseguimos metas y objetivos, nuestro ideal siempre busca nuevos retos.  Esto es importante de cara a nuestra manera de gestionarlo. El ideal, en sí mismo, es inalcanzable.  Su misión es orientarnos e indicarnos la dirección hacia dónde dirigir nuestros pasos, pero es una trampa tratar de conseguirlo ya, o enfadarnos con nosotros mismos por no alcanzarlo. Con un trabajo sobre sí mismo y buenas actitudes, podemos llegar a acercarnos o incluso, alcanzarlo; pero conforme nos vamos acercando, va apareciendo un nuevo ideal o un nuevo horizonte que sustituye al anterior.



Este fenómeno nos juega malas pasadas cuando nos juzgamos y evaluamos a nosotros mismos en función de él y queremos ser ya eso que nos gustaría ser. Siempre salimos perdiendo, ya que el ideal es la perfección a la que tendemos, pero esa perfección solo existe en nuestra mente, no es real, y por mucho que avancemos en la vida nunca llegaremos a ser perfectos. Seremos mejores personas, padres, profesionales, etc, pero nunca perfectos. Esa perfección solo está en nuestra mente. Tenemos que juzgarnos y evaluarnos en función de lo que hayamos podido avanzar y no en función de lo que nos falta por conseguir.


·         ¿Cómo vivo el ideal que tengo de mí mismo/a?
·         ¿Lo vivo como una orientación o como una exigencia a alcanzar?
·         ¿Tiene mucho peso en mi forma de conducirme, juzgarme o tratarme?


(*) André Rochais (1921-1990). Fundador de PRH, Personalidad y Relaciones Humanas
Más información de PRH en www.prh-international.org  y en www.prh-iberica.com


Luis Avilés
Formador y coach PRH