sábado, 30 de noviembre de 2024

REGULAR LA AMBICIÓN

 

La acepción principal del término ambición en los principales diccionarios de la lengua tiene un sentido peyorativo. Vienen a definirla como “el ansia o deseo vehemente de algo”.  Sin embargo, en muchos contextos empresariales y de recursos humanos su sentido es más bien positivo. Es considerada como “el impulso a fijarse retos y metas difíciles de alcanzar, que en principio pueden parecer muy difíciles o casi imposibles, pero que generan una activación superior en el desempeño de las responsabilidades y tareas”. Esto está bien, pero hasta cierto punto…

Es ese “hasta cierto punto” el que vamos a tratar de definir. ¿Cuándo la ambición deja de ser positiva y se acaba convirtiendo en un problema para la persona o para la organización?  

Como profesionales PRH y en ENTORNO HUMANO, en el trabajo con diferentes organizaciones y empresas, consideramos que algo esencial en el ser humano en general y en los equipos en particular, es la toma de conciencia a fondo de las cualidades y capacidades que permiten a la persona un progreso y desarrollo de sus competencias para la mejora de su desempeño. Respecto a este tema podemos hablar de ambición en términos positivos como afán de superación, búsqueda de mejorar y avanzar, atrevimiento y osadía para emprender y realizar lo proyectado superando las dificultades y los hándicaps de la puesta en obra. Todo esto supone y requiere un buen grado de ambición. Esta ambición es necesaria para aportar un plus, un valor añadido a la organización y a la realización personal. Esta ambición puede ser esencial y muy beneficiosa para la persona y para la organización en la que se encuentra.

Sin embargo, cuando la ambición lleva a la persona a situaciones demasiado estresantes, de ansiedad o agotamiento, se llega a convertir en algo negativo. Si genera en las personas, sean directivos o trabajadores, estos tipos de síntomas sería una señal de que estamos entrando en una ambición desajustada o desequilibrada tanto para la persona como para la organización en la que está inserta, aunque no sea perceptible, en ocasiones, a corto o medio plazo para ambos.

¿Qué síntomas nos hablan de que la ambición no es ajustada?

Los principales síntomas son internos. La persona puede percibir que está más revolucionada de la cuenta, no está equilibrada interiormente, vive en un sobreesfuerzo permanente, se está dejando arrastrar por un hacer más allá de sus posibilidades o por una necesidad de reconocimiento, de prestigio, de destacar o sentirse valorado que pueden impedir o dificultar ver la realidad personal y colectiva al completo. En el fondo de sí, la persona no está en paz interiormente ni equilibrada. Su ambición dirige y controla sus decisiones y acciones sin tener en cuenta otros elementos importantes llevando a agotar sus energías, descuidar otros aspectos de su vida e incluso de la empresa.

Pero también podemos detectar síntomas externos que el propio afectado no llega a ver. A la persona se la puede ver en el equipo desajustada, estresada, superada en lo que ha emprendido, dedicando un tiempo desproporcionado al trabajo, o con un exceso de intensidad o dedicación. Este tipo de ambición suele ser dañina para las relaciones con compañeros, con la familia e incluso despreciativa del propio sentido común. Aparece fácilmente la irascibilidad, el desprecio de los consejos, la autosuficiencia, la distancia de los colegas, etc… En algunas personas, se percibe que su rendimiento tiene picos, altos y bajos pronunciados. Demasiado en algunos momentos, brusca bajada en otros (por la necesidad inevitable de compensar).

¿Qué consecuencias puede tener el dejarse arrastrar por una ambición excesiva?

Las consecuencias de dejarse arrastrar por una ambición exagerada pueden ser diversas y en diferentes aspectos.

Tal como dice el refrán: “la ambición rompe el saco”, un exceso de ambición puede causar diversos problemas tanto para el individuo como para la organización, aunque lo emprendido sea beneficioso para ambos en algún aspecto.

En la persona pueden aparecer:

  • Problemas de salud: estrés, úlceras estomacales, enfermedades intestinales, cardiovasculares o cutáneas, …
  • Deterioro físico a medio o largo plazo por los desajustes entre las fuerzas y energías y el sobreesfuerzo requerido.
  • Insatisfacción interior profunda, aunque se hayan conseguido resultados.
  • Problemas relacionados con el burn-out.
  • Problemas de tipo relacional (en la propia organización, en la vida personal y familiar) e incluso de aislamiento. Malhumor, irritabilidad, desprecio de los demás, …
  • Momentos depresivos alternando con momentos eufóricos.
  • Etc..

Para la empresa:

  • El capital humano que representa la persona se puede resentir en el medio y largo plazo en el rendimiento.
  • Puede afectar al clima laboral generado a pesar del beneficio obtenido.
  • Los objetivos a largo plazo y el propósito de la organización pueden pasar a un segundo plano ya que prima más la necesidad individual de reconocimiento y valoración del individuo o de un departamento de la organización que la propia finalidad de la organización.

¿Qué fomenta la ambición?

A nivel social:

La cultura de la competitividad. Estamos impregnados de esta cultura. Ser los mejores, ser más que los demás. ¿Por qué no ser nosotros mismos en vez de ser los mejores? Cada organización tiene su lugar en el conjunto de sus pares. ¿Es necesario vivir esa competencia feroz que se vive en muchos sectores de actividad entre las organizaciones?  Se nos educa desde pequeños para ganar, para ser mejor qué, para ser el número uno, para estar por encima de los demás. Si no es así, parece que uno no vale.

La cultura del esfuerzo junto con la sobrevaloración de las propias capacidades. Es otro elemento cultural muy arraigado en nuestras sociedades. “Querer es poder”, es uno de sus eslóganes más conocidos. Quien no se esfuerza, no consigue. Esto es positivo, pero a veces es llevado hasta el extremo se convierte en un problema.

A nivel individual:

  • La necesidad de destacar por encima de los demás para ser reconocido y sentirse con valor. La necesidad exagerada de reconocimiento y valoración motivada en muchos casos por una autoestima personal baja.
  • La poca conciencia del propio valor, de las propias capacidades hace que las personas sean muy dependientes de lo conseguido. Tener éxito es conseguir resultados.
  • La imagen ante los demás. Hacer algo que destaque, que sorprenda, que conlleve alabanzas.
  • La búsqueda de poder o de ascender en la empresa a toda costa como medio para conseguir ese reconocimiento y poder “sentirse alguien”.

¿Cómo regular la ambición? ¿Qué recursos tenemos para frenar el exceso de ambición?

Para regular la ambición es necesario vivir y desarrollar unas determinadas actitudes y valores que contrapesen y equilibren a aquellas que fomentan la ambición, a saber: honestidad consigo mismo y con la organización, realismo, humildad, prudencia, buen discernimiento.

Estas actitudes y valores atemperan la ambición, la ajustan e impiden dejarse llevar por la ambición exagerada.

Es importante discernir y verificar que lo que se pretende o se proyecta es viable, posible y alcanzable tanto a nivel personal como organizacional. Cuestionarse interiormente y pedir feedback a otros de confianza, ayuda. No precipitarse en la puesta en marcha a toda costa. Verificar las fuerzas y energías para llevar a cabo el proyecto, etc., etc.…

Por otro lado, como organización, el generar un clima y un ambiente para poder ir saliendo de esas influencias culturales negativas o al menos relativizarlas y ajustarlas para vivir un equilibrio.

Por último, la ayuda y el acompañamiento de expertos a nivel personal como organizacional para ajustar las expectativas y la ambición para que los proyectos y objetivos sean ambiciosos, valientes y osados, pero también realistas y equilibrados.

Aquí invito a parar y cuestionarnos:

  • ¿He tenido situaciones dónde me he dejado arrastrar por la ambición? ¿Cómo me ha ido?
  • ¿He tenido situaciones dónde he sido capaz de atemperar la situación? ¿Qué efecto ha tenido?

                                              

domingo, 17 de noviembre de 2024

CANSADO DE "BABELES"

 

La Torre de Babel representa el paradigma de la división y la confusión. Es el prototipo de sociedad que acaba entrando en un proceso de desintegración y desunión, y que se manifiesta por la falta de entendimiento (hablar distintas lenguas), la desarmonía y la confrontación social.

Hoy estamos en una situación donde la división social es importante (aunque siempre lo ha sido) a nivel político y social en gran parte del mundo. Siempre ha habido bandos, pero después de años de una mayor estabilidad y equilibrio nos encontramos en un momento de mayor crispación política, medioambiental, bélica y religiosa.

Lo que quiero destacar aquí es la tendencia que tiene el ser humano a dividir, separar, a anteponer lo propio a lo colectivo, a destacar lo que diferencia más que lo que une. Siendo ésta una de las principales causas de conflictos, desgracias y desastres que han azotado y asolado a la humanidad desde el comienzo de los tiempos.

Y nos cuesta aprender; al menos, a una gran mayoría de habitantes de este planeta. Ver como esto se repite una y otra vez me produce cansancio y hastío. Estoy cansado de la infinidad de “babeles” que hay por doquier cuando amo la paz y el entendimiento, y creo que es posible alcanzarlo.

Las diferencias son normales e inevitables. Se pueden ver como riquezas siempre que se sepan vivir, o pueden ser grandes problemas si no se viven bien.

¿A qué diferencias me refiero? En todos los órdenes y ámbitos de la vida hay diferencias y divisiones. Algunos ejemplos:

Fronteras. Las fronteras dividen, separan, generan sentimientos identitarios que pueden excluir e incluso repudiar al que no está entre nuestros compatriotas. Guerras, exterminios y explotaciones de unos pueblos a otros son ejemplo de este tipo de división.

Los credos y las religiones. También pueden separar. Cuando se vive la religión propia como la verdadera y única y todo lo demás como malo y negativo, mal vamos. Las guerras y luchas religiosas han destrozado millones de vidas a lo largo de la historia. En nombre de un determinado dios supuestamente verdadero y único se ha masacrado a multitud de inocentes.

Ideas e ideologías. Los que piensan como yo son los que valen. Los que piensan de distinta manera, son enemigos. Esta es otra diferencia que ha generado y sigue generando luchas y conflictos interminables entre los humanos. Capitalismo vs comunismo. Derechas contra izquierdas.

Etnias y razas. Quien tiene un color de piel distinto al mío ¿es peligroso para mí?, ¿es menos que yo? ¿tiene menos derechos que yo? ¿me daña su presencia? ¿vale menos que yo? La distinción por la piel o las características físicas o corporales provoca divisiones y conflictos en el mundo desde que el mundo es mundo.

Culturas y pueblos. Lo mejor es mi cultura. Lo que viven los otros está atrasado, no es entendible, es raro o extraño. Y a veces se llega a la conclusión de que hay que eliminarlo. Lo occidental frente a lo oriental. Las tradiciones de los países del norte respecto a los países del sur. La supuestamente “civilizado” frente a los salvajes, etc, etc. En definitiva, mi identidad cultural frente a la de otros pueblos. El etnocentrismo que ha arrasado a pueblos indígenas en todos los continentes.

Sexo. La de desprecios, marginaciones y abusos que ha habido a lo largo de la historia por ser mujer, por haber nacido así. Hablamos de diferentes formas de misoginia y explotación de la mujer entre otros males.

Edad. Lo joven frente a lo viejo. El desprecio a los ancianos, el desprecio a la pérdida de juventud. Son problemas de nuestra civilización actual en lo que denominan edadismo.

Ricos y pobres. Los que tienen más frente a los que tienen menos. La diferenciación por clases sociales, el desprecio y marginación de los pobres por los ricos.

Incluso en el deporte se vive la división. Defiendo hasta la muerte a mi equipo, desdeño y rechazo a los del otro equipo.

Etc…

Hemos antepuesto lo propio, lo nuestro, nuestra singularidad, nuestra visión de la vida y del mundo, a lo que une a toda la humanidad. Esto hace que todo esté trastocado, al revés.

Me parece importante empezar por el comienzo y recordar permanentemente lo que nos une:

 “Soy un ser humano que vive en un planeta llamado Tierra, en un momento y en un tiempo determinado de la historia humana. Ciudadano del mundo, mi patria es el mundo. Aunque vivo en un lugar concreto del planeta, en un determinado entorno.

Necesito respirar, comer, dormir, moverme, estar sano y vivo.

Tengo corazón, siento y padezco. Sufro y disfruto. Vivo satisfacciones y placeres, pero también insatisfacciones y frustraciones.

Pienso, puedo reflexionar y razonar.

Necesito comunicarme con otros. Necesito de los otros para vivir, no soy autosuficiente. Necesito su contacto, oírlos, verlos, sentirlos. Necesito su apoyo, su cariño y comprensión, ser aceptado y valorado.

Desde el comienzo de mi vida he necesitado ayuda. A lo largo de toda mi vida necesito ayuda para muchísimas cosas. Sin los demás no podría realizarme y, ni siquiera, subsistir.

Tengo capacidades y límites, virtudes y defectos. Capacidades y virtudes que puedo desarrollar, límites y defectos que puedo aceptar y aprender a reducir.

Creo en la Vida, creo en lo que da sentido a mi vida.

Tengo sueños, aspiro a mejorar, deseo aprender y progresar.

Busco ser feliz”. 

No creo que haya nadie que no se identifique con esto. Es la esencia de ser humano. Así somos todos los seres humanos. Todo esto nos une. Lo demás viene a posteriori o es secundario. Si esta conciencia de formar parte de UNA ÚNICA HUMANIDAD está bien asentada, vivenciada, asimilada e integrada en lo más íntimo de nuestra persona, las diferencias nunca llegan a ser una cuestión que genere problemas y división. Nuestras diferencias, entonces, pueden ser un enriquecimiento.

Por tanto, es capital que todos los seres humanos aprendamos a reforzar y fortalecer lo que nos une. Y volver una y otra vez a ello en las escuelas, en las familias, en las instituciones, como un auténtico credo colectivo, porque solo desde esa identidad de seres humanos se puede vivir en armonía la diversidad, la diferencia.

E invito a esta reflexión:

·         ¿Qué experiencia personal tengo de valorar y apreciar al que es diferente de mí?

·         ¿Dónde se enraíza en mí el vivir negativamente las diferencias?






miércoles, 13 de noviembre de 2024

MANUAL DE VIDA

 

Estando en la feria del libro me dio por comprar un pequeño librito de un pensador de la antigüedad, Epicteto. Leyéndolo me encontré con este párrafo:

Ante cualquier situación que pueda sobrevenirte, recuerda volverte hacia ti mismo y preguntarte con qué poder cuentas para afrontarla. Si ves a un hombre o una mujer hermosos, descubrirás que el poder frente a eso es la continencia. Si se te presenta alguna dificultad, hallarás la perseverancia. Si se trata de un agravio, hallarás la tolerancia. Así, cuando te hayas acostumbrado a esto, no te verás arrastrado por tus representaciones”. (Manual de Vida, Epicteto o alguno de sus discípulos).

Me sorprendió la similitud con algunos de los planteamiento de la formación PRH. En nuestros cursos y acompañamiento individual invitamos a que las personas conozcan bien algo parecido a lo que enseñaba este pensador de hace más de dos mil años.

Primeramente, a volverse hacia sí mismos y cuestionarse interiormente desde qué aspecto o aspectos de su ser o identidad profunda (capacidades, valores, actitudes positivas, ...) es posible afrontar una determinada situación, sea la que sea, bonita o fea.

Segundo, si esta forma de proceder acudiendo a esos “poderes” se vive de una manera habitual, esto conduce a una gestión adecuada de la vida y se evita dejarse arrastrar por la sensibilidad y los principios del yo-cerebral. Resulta que Epicteto denominaba representaciones a los juicios que la persona hace (cerebral),  y a los impulsos, deseos y aversiones (sensibilidad).

Tercero, él denomina “poder” a lo que nosotros denominamos capacidades, cualidades, etc… Y efectivamente, todas nuestras capacidades, dones y riquezas son realmente poderes. Cuando los ejercemos y los vivimos de una manera habitual podemos llegar a sentirlos como auténticos poderes. Esa consciencia y uso de ellos nos da una seguridad y un dominio sobre las situaciones que de otra manera no se tendría.

Es llamativa la similitud. Me sorprende la convergencia en la búsqueda de cómo vivir, de cómo llevar la vida y cómo esto ya era una  preocupación de los seres humanos desde hace miles de años. Me reafirma en nuestra forma de ayudar a las personas para llevar adelante sus vidas y me hace sentir en conexión con este sabio estoico de la Antigua Roma. Desde entonces, y mucho antes, siempre ha habido personas que se han preocupado por enseñar y ayudar a otros congéneres cómo vivir la vida que se les presenta.  Como muestra, este Manual de Vida.





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martes, 15 de febrero de 2022

PÁRATE

 

El otro día, ante lo que expresaba una persona en una acalorada reunión en la que me encontraba, estuve a punto de intervenir precipitadamente y expresar lo que me estaban produciendo sus palabras. En ese momento algo me hizo contenerme, algo que venía a significar un “párate…espera”. Seguí esa intuición. Y después me alegré: me permitió acoger mejor lo que quería responderle, expresarme de una manera más comedida, hacerme entender mejor y no dejarme llevar por lo que se me había activado emocionalmente.  Fue constructivo para la relación y me dejó en paz.

En un artículo anterior hablaba de palabras mágicas. Es decir, expresiones, frases o palabras que me ayudan a avanzar o a dirigir mi vida. Os hablaba de “disfruta”.

Ahora os hablo de otra de estas “palabras mágicas” para mí: “párate”. Cuando me digo a mí mismo, o surge dentro de mí, es como una invitación interior a no decidir de manera apresurada e impulsiva. Es una invitación a acoger las cosas, la situación, los acontecimientos y lo que siento interiormente antes de reaccionar y actuar. “Para” o “párate” me remite a mí mismo. Me remite a acoger desde mi conciencia profunda cómo vivir y actuar ante lo que tengo delante.

Me ha ayudado en múltiples ocasiones a ser menos impulsivo y más reflexivo; a dejar decantar las cosas y, a veces, a consultar “con la almohada” antes de tomar una determinada decisión. Me ha posibilitado que no dirija mis decisiones lo primero que me viene a la cabeza o alguna de mis emociones. Ha sido clave para no tener que arrepentirme de lo dicho o de lo hecho. Me ha permitido hacerme más consciente de lo que realmente quiero, pienso y decido. Y a conocerme más a fondo a todos los niveles de mi persona.

Todo esto ha requerido un aprendizaje, un largo aprendizaje. He aprendido a refrenarme, a controlarme en lo que digo y hago. Y no ha sido fácil; porque, de primera, tiendo a ser de primeras reacciones, soy de temperamento sanguíneo y en muchas cosas tengo la respuesta o la reacción rápida. Soy de tendencia más activa que reflexiva.

 Pero he aprendido a pararme y escucharme, a distinguir de dónde me vienen las cosas. A diferenciar lo que viene de mi sensibilidad alterada o dolorida de lo que viene de lo mejor de mí. A darme cuenta de lo que me viene de la obligación o el deber de lo que me viene de la intuición profunda. A distinguir lo que viene de una ambición de lo que viene de una aspiración a desplegar mis capacidades, etc, etc…



“Párate” también me trae la sensación de que no es el capricho o la ambición, el miedo o la frustración los que dirigen mi vida, sino una coherencia y responsabilidad interiores para con lo que soy de fondo. Me hace sentir que no estoy solo en mis decisiones. Tengo un gran aliado, mi conciencia profunda, que está en la base de ese elegir sabiamente que he ido descubriendo y aprendiendo a vivir.

Ha sido, realmente, un elemento de equilibrio para mi persona. Como digo, ha requerido su aprendizaje y un trabajo de observación personal. Y puedo decir que este “párate” me ha permitido esa escucha interior a mi conciencia y a distinguir a qué nivel me estaba viviendo.

Y desde aquí os invito a conocer a fondo y a vivir el aprendizaje del método de discernimiento que transmitimos en PRH, tanto para las decisiones importantes como para los actos cotidianos y las costumbres que vivimos de manera habitual. Merece la pena. Es admirable.

El método invita a parar de diferentes formas, prolongada o breve, rápida o instantánea a veces, para poder escuchar a la conciencia profunda ante  la situación que se presenta para tener que decidir. Es una forma de decidir y de vivir que permite tener una sensación de ser uno mismo quien realmente dirige su vida, decidir bien, crecer en quién realmente eres y sentirse satisfecho y en paz. Esto lo trabajamos a fondo en el curso Tomar decisiones constructivas y lo presentamos de una manera sencilla e interesante en el libro “Saber decidir, clave para ser feliz”.  Te animo a leerlo y, si te es posible, a hacer el curso.

También este “párate” ha enriquecido mi vida interior. Ha supuesto un encuentro más a menudo conmigo mismo. Un encuentro conmigo para escucharme realmente en lo sentido, en lo vivido, tanto en lo positivo como en lo que no funcionaba bien. Esta parada es esencial para empezar a observar el universo interior que encerramos cada persona. Ha sido “para y escucha”, “para y observa” o “para y aprende”. Paradas cortas y ultrarrápidas en el quehacer diario, pero también paradas laaargas y silenciosas, en otras ocasiones, de auténticos y bellos encuentros con mi mundo interior.

Por otro lado parar me ha permitido saborear y disfrutar de pequeños instantes o grandes momentos que la vida me ha regalado. El aire fresco en el rostro en una tarde gris, una mirada de complicidad y entendimiento entre dos amigos, el momento de claridad y lucidez de un participante en un curso ante un descubrimiento realizado, etc, etc.

Pero hoy no me detengo más; quizás en otro momento.

Te dejo algunas preguntas que pueden ayudar a verte en relación a este acto de pararse:

·         ¿Me es fácil parar antes de actuar o decidir?

·         ¿Me paro para distinguir lo que me mueve al actuar, lo que hace que vaya a actuar así?

·         ¿Me atrae parar a escucharme por dentro?

·         ¿Me paro para saborear lo que la vida me regala?

PALABRAS O FRASES QUE NOS AYUDAN A CRECER

 

En algunos cuentos y películas de nuestra infancia y adolescencia aparecían personajes que invocaban palabras mágicas como “abracadabra” o “¡ábrete, sésamo!”, las cuales conseguían efectos espectaculares. Esto nos asombraba y, en algunos casos, nos podía fascinar. Pero no os voy a hablar de este tipo de magia ni de películas. Os voy a hablar de palabras o frases que nos ayudan a crecer.

A lo largo de mi vida han ido apareciendo algunas palabras o frases que siento “mágicas” para mí. Mágicas en el sentido de que, al decírmelas a mí mismo, decirlas en voz alta o simplemente recordarlas, rápidamente me arrastran y suscitan una activación en la línea del contenido que éstas encierran. Son palabras que tienen tal fuerza en mí que me ayudan a progresar, a mejorar, a crecer. Han sido un apoyo para crecer y vivir más a fondo actitudes constructivas y necesarias para mi crecimiento personal. Estas palabras me han ido transformando y me siguen transformando. Me hacen mejor persona.

Algunas de ellas son: “disfruta”, “párate”, “atrévete”, “relativiza”, “hago lo que puedo”, “trátate bien”, ….

En este artículo voy a detenerme a recoger el significado que una de ellas tiene en mi interior -a la que le tengo especial cariño- y compartirlo con vosotros y vosotras, por si os es de utilidad. Espero que os ayude tanto como a mí.

Disfruta.

Me digo “disfruta” y cambio el chip: me pongo en clave vida, en clave sentirme, en clave gustar, en clave valorar. Abre mi mirada a lo positivo que la vida me presenta en el momento en el que estoy. Cuando me lo digo a mí mismo, me lleva a tomar conciencia de todo lo que la vida me regala continuamente, en el día a día; a tomar conciencia de la suerte que tengo de estar vivo, de sentir, de tener, de ser, de estar donde estoy hoy.

Disfruta significa para mí: déjate sentir lo que la vida te da, sea lo que sea, desde una actitud de acogida y de aprender a sacar lo positivo que hay en ti para ese momento.

Disfruta es: déjate sentir, saborear, estar. Sé consciente de qué es la vida, realmente. Aprovecha y mira la vida con alegría, sintiendo qué es lo que tienes y que cada momento es único. Cada momento es irrepetible. No va a volver a pasar. Tanto si es especial como si es triste o desagradable o no tenga algo que lo haga especial. Y, aunque sea triste o desagradable o cotidiano, es tu momento. Es lo que tienes. Es lo que eres hoy.



Las actitudes positivas ante la vida que encierra esta palabra me han cambiado, y al recordarlo me retrotrae a cómo era yo antes de iniciar este proceso de crecimiento. Nunca era suficiente. Siempre tenía un pero. Lo que vivía podría estar bien, pero… Siempre anhelando algo que no tenía, no era, no sentía, no vivía. He tenido que aprender a disfrutar, a dejarme sentir. Antes mi vida era hacer, hacer y hacer. Obligación. Tengo que. Una sucesión de haceres, pero sin saborear lo que tenía entre manos, sin, por decirlo de alguna manera, respirar la vida, paladear la vida que se me escapaba entre los dedos.

Y fui aprendiendo a disfrutar. He aprendido a aceptar que tengo lo que tengo, soy lo que soy. No hay más. Y esto fue haciendo crecer una mirada conciliadora con la realidad. Aprendí a disfrutar de la vida, del momento, de mí mismo.

“Disfruta” me abre a lo presente, lo sencillo, lo cotidiano, lo normal. Abre mi mente y abre mis poros a vivir, a la vida tal como es.

A mi gente, a la gente a la que ayudo en los cursos, en la ayuda individual, les invito, cuando es oportuno, a disfrutar. Déjate disfrutar. Mira con gusto eso que tienes. Valora lo que eres en lo que te pasa, en lo que sientes.

Disfrutar requiere que nuestra mente se abra a ello, se interese por ello, aprenda a ello. Entonces deja paso a algo interior. Abre a experimentarse a uno mismo de otra manera. Conozco muchos casos de personas que, después de momentos muy importantes de su vida como puede ser una boda, el viaje soñado; en definitiva, la realización de una aspiración, de un sueño que anhelaban, etc., me han manifestado que no han podido disfrutar de esos momentos. “Estaba tan nerviosa…”, “es que la ansiedad me ha impedido disfrutar del momento”, me dicen. Para poder disfrutar es necesario “aparcar” lo más posible esos sentimientos negativos y situarse en actitudes positivas y en la consciencia y motivación de querer saborear con paz esos momentos, humildemente, sencillamente, acogiéndolos como un regalo y viviendo ahí, conscientemente, los aspectos esenciales de uno mismo que aspiraban a actualizarse.  

Contrario a disfrutar es dejarse arrastrar por los movimientos sensibles o emocionales,  lamentarse, vivir en la preocupación, estar lejos de uno mismo, huir de la realidad, vivir en el sueño; y, aunque ese sueño pueda ser bonito, nunca será lo mismo que disfrutar de la presencia a uno mismo, de la propia realidad.

Cuando disfruto, soy. Me siento ser. Soy consciente de ser y de vivir. Me centro en el momento, como si no hubiese un mañana, y lo paladeo como un buen vino o una buena comida.

Por suerte, lo que más nos produce felicidad son pequeños y sencillos momentos asequibles a cualquiera. Los mayores placeres y disfrutes de la vida son gratis, decía alguien. No es tener. Es lo que puedo vivir en cada momento, esté donde esté, tenga lo que tenga.

Disfrutar. ¡Y hay tanto de lo que disfrutar! Una hermosa canción. Una película interesante que te atrapa. Unas copas con unos amigos, o una conversación apasionante sobre un tema de actualidad. Disfrutar de tener el reto de un proyecto a realizar, de tener un sentido en la vida. Disfrutar de una mirada de cariño. Pero, incluso, disfrutar de lo que, en principio, no es tan agradable, positivo o gustoso. Se puede llegar a disfrutar en medio de una situación difícil. Esas circunstancias podemos vivirlas siendo nosotros mismos, abiertos a aprender, a sacar lo mejor de nosotros, con un espíritu positivo, etc.

Y me surge: por favor, disfruta. Aprende a disfrutar de todo. Desde lo más simple y que la vida nos regala: respirar, estar vivo, poder caminar, hablar, oír, …, hasta todo lo positivo de ti -cualidades, capacidades, valores- que puedes vivir en el día a día. Pero también de los momentos controvertidos o más difíciles por los que, inevitablemente, todos pasamos. De lo bueno y de lo malo, de lo que acontece, de los errores y aciertos, de los avances y los retrocesos. Porque todo eso forma parte de la vida, es único e irrepetible, nos enseña y nos va configurando como persona.

Para terminar, os dejo unas preguntas para después de esta lectura:

  • ¿qué se despierta o activa interiormente en mí?
  • ¿me moviliza a avanzar en algún aspecto de mi vida?

martes, 10 de noviembre de 2020

Y tú, ¿qué alimentas?

 

Os presento un cuento indio que posiblemente habéis leído o escuchado alguna vez:

Cuenta la leyenda que un anciano y sabio jefe de una tribu Cherokee le enseñaba a uno de los jóvenes guerreros, posiblemente su nieto, acerca de la vida.

Viendo las contradicciones que vivía el joven entre distintas formas de afrontar las disputas con otros jóvenes, le dice:

- “En cada ser humano se libra continuamente una gran batalla, una batalla interior entre impulsos enfrentados y contrarios. Es como la lucha entre dos grandes lobos que quieren dirigir la manada. Uno de ellos representa lo oscuro, lo retorcido, lo innoble. El otro representa lo claro, lo honesto y noble.
El joven se queda pensado y pasado un tiempo le pregunta:

- “Noble anciano, y ¿qué lobo gana?”

El sabio jefe de la tribu, le mira fijamente y le contesta:
- “Aquel que más alimentes a lo largo de tu vida”.

 

Me gusta este cuento, a pesar de esa dicotomía entre bien y mal que presenta, con la que no estoy totalmente de acuerdo tal como es presentada.


Me interesa, sobre todo, por lo que entiendo que quiere transmitirnos:  




las personas tenemos el poder y la capacidad para hacer crecer y desarrollar en nosotros mismos distintas vivencias.  Algunas positivas (valores, capacidades, habilidades …) y otras no tan positivas (miedos, rencores, obsesiones …)  a través de las opciones y decisiones que continuamente estamos tomando.

 

Podemos elegir ir en una dirección u otra al alimentar unas vivencias u otras, tanto si las exteriorizamos como si no. Vivencias como son el odio o la concordia, el pesimismo o el optimismo, la fe o el escepticismo …

 

Y ante esto, nos pueden surgir varias cuestiones:

·         ¿Qué significa aquí alimentar?, o ¿a qué se refiere con alimentar?

·         ¿Qué podemos alimentar?

 

¿Qué entendemos por “alimentar”?

Alimentar es dar espacio, lugar y tiempo en nuestra vida cotidiana a determinados aspectos vivenciales que podríamos catalogar como positivos o negativos.

Es ejercitar, desarrollar, frecuentar, repetir, volver sobre ese algo, actuar y decidir a partir de él, sentirlo, pensarlo, comunicarse, relacionarse en función de ese o esos aspectos o elementos de nuestra vivencia o sentir personal.

Cuando damos espacio en nuestro interior, en nuestra mente, en nuestro corazón o en nuestros actos a algo, le damos vida, lo alimentamos y hacemos que ese aspecto crezca, se despliegue, engorde, pudiendo llegar a configurar nuestra personalidad. Esto último sucede cuando se vive con frecuencia ese elemento en cuestión. Si fomento la reflexión podré ser una persona reflexiva, si fomento la mirada negativa llegaré a ser una persona que tiende a ver lo negativo.

¿Qué podemos alimentar?

Como ya decíamos anteriormente, podemos alimentar aspectos positivos o negativos de nuestra personalidad. Puede ser una virtud o un valor, una capacidad o una habilidad, una actitud o una tendencia, un comportamiento, un principio, una idea, un pensamiento, una emoción o un sentimiento.

Parece de Perogrullo, pero somos lo que hacemos. Somos lo que frecuentamos, lo que ocupa un lugar y un espacio en nuestra vida.  Uno llega a ser habilidoso con los ordenadores dedicando tiempo a ello, se llega a ser honesto realizando actos de honestidad, se llega a ser obsesivo de tal cosa pensando muy a menudo en ello y sin freno. Se llega a ser miedoso dejando que el miedo ocupe espacio en nuestra vida.

Realmente, ¿tenemos la capacidad de elegir lo que queremos vivir?

En una gran parte, sí. Va a depender del grado de conciencia que tengamos de nosotros mismos.

Aquello de lo que somos conscientes, lo podemos llegar a dominar y controlar, pero lo que es inconsciente, es incontrolable. Lo vivimos, pero no nos damos cuenta de ello. Por tanto, es fundamental ganar en conciencia de lo que vivimos, pensamos y sentimos, del porqué de nuestras reacciones y comportamientos. Esa conciencia es el primer paso para poder dirigir nuestra vida en una dirección u otra. Es una tarea de nuestra inteligencia. Uno de los objetivos básicos de la formación PRH es ese, ayudar a que las personas puedan conocerse a sí mismas, identificando lo que viven y lo que les mueve a vivir así. Todos nuestros cursos tienen como primer objetivo ese autoconocimiento.

Pero no solo es importante tener conciencia de lo que uno siente, vive o piensa. Es necesario desarrollar la capacidad de elección entre vivencias distintas, ser capaz de diferenciarlas, localizarlas, poner la “mirada” en un elemento u otro,  y optar entonces por prestar una especial atención a un elemento u otro. Ahí entran en juego la libertad y voluntad individual. Libertad para elegir y voluntad para llevar a cabo, apoyar o afianzar lo elegido. Educar o reeducar nuestra libertad y voluntad para dirigir nuestra vida de una forma constructiva también forma parte de nuestros objetivos en la formación que ofrecemos en PRH.

La siguiente cuestión parece obvia, ¿a qué dedico mis pensamientos, mi sentir, mi actuar?

Me he encontrado a lo largo de la vida con muchas personas. He aprendido a observar e identificar qué alimentan más en su vida. En cuanto la persona se muestra, se deja ver, se nota.  En cuanto nos comunicamos se nos puede percibir. ¡Y hay tanta variedad de formas de vivir! …

Hay quien dedica gran parte de sus momentos cotidianos a “quedar bien”, a parecer, a no desentonar, a no molestar o no señalarse ante los otros.

Algunas personas alimentan mucho en su vida el ser reconocidos, admirados, halagados. Tratan de hacer las cosas muy bien, tratan de destacar, de ser vistos, se esfuerzan por dar una buena imagen.

Otros dedican gran parte de su tiempo a estar distraídos, ocupados, haciendo cosas para no encontrarse frente a sí mismos, o para no sentir el aburrimiento, la soledad o el vacío. O se entregan frenéticamente a algo: ver futbol, coleccionar cosas, trabajar intensamente, etc.

También existen quienes desarrollan valores y actitudes positivas que viven con los demás y consigo mismos. Han aprendido a desarrollar la empatía, a amar el estudio y la investigación de alguna materia, a colaborar con determinada tarea que les apasiona, a sentirse con algo que aportar o transmitir a los demás, a buscar cómo mejorar su organización o trabajo, por poner algunos ejemplos.

Hay quien ha desarrollado tanto un valor concreto que se le identifica claramente con él. Llega a ser bondadoso o bondadosa, trabajador o trabajadora, justo o justa, sensato o sensata …

También están quienes les dan vueltas a las cosas, rumian y se regodean en ello.

Están quienes han alimentado la sensación de que no van a tener éxito en la vida. O los que tienen la agresividad y la rabia a flor de piel habitualmente, o la envidia, o la tristeza. O los que se sienten culpables por todo, por hacer o por no hacer.

Y así podría continuar y continuar y continuar.

Como conclusión.

La vida es más corta de lo que parece. No la desperdiciemos dedicándola a lo que no enriquece. Si la desperdiciamos, si se nos pasan las horas muertas, ¿qué podemos esperar que sea nuestra vida?, si no controlamos suficiente lo que vivimos, ¿dónde vamos a llegar?, si no perseveramos en cosas que son importantes, ¿qué pretendemos conseguir?

Y una invitación. Dediquemos tiempo a lo importante, a lo esencial de nuestra vida. Hay tiempo para muchas cosas, pero tenemos que elegir bien aquello a lo que nos entregamos, de manera que nos podamos quedar lo más satisfechos posibles con nosotros mismos, con nuestro comportamiento y manera de vivir.

Finalmente, nos podemos preguntar:

  • ¿Cómo soy yo? ¿Qué alimento de manera habitual en mi vida?
  • ¿Estoy satisfecho/a de ello?
    • Si lo estoy, ¿por qué?
    • Si no lo estoy, ¿podría hacer algo para cambiar esta forma de vivir?


domingo, 13 de septiembre de 2020

NO NECESITO AYUDA

 

Uno de los problemas que observamos en algunas personas a las que ofrecemos medios para avanzar, mejorar o tratar de solucionar sus problemas y dificultades es que consideran que no necesitan ayuda. Tienen la convicción de que con ayuda no van a estar mejor de lo que están. Entonces impera el refrán: “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Y la persona se conforma, se acomoda a lo que tiene, o se ha acostumbrado a vivir de esa manera. Pesa más lo conocido que la inseguridad de lo novedoso.

A veces nos dicen: “yo ya sé lo que me van a decir”. Y podrían saberlo. Pero mejorar no es solo saber qué hacer; también requiere otros elementos que la ayuda puede facilitar.

En otras ocasiones las experiencias negativas vividas cuando se ha pedido ayuda hacen que no estén receptivas ni dispuestas a dejarse ayudar nuevamente: no les sirvió, no era lo que esperaban, el que ayudaba no era suficientemente competente o no atinó con lo adecuado para que avanzasen.

También he observado que era tal la expectativa que se tenía de la ayuda o del posible cambio o mejora que lo ofrecido no podía alcanzar, de ninguna de las maneras, lo esperado.


En otros casos, el motivo de decir “no” es la percepción que se tiene sobre el ser ayudado: “no estoy dispuesto a ponerme en manos de nadie”, lo cual revela una visión de la ayuda un tanto errónea y distorsionada.

Igualmente me he encontrado con personas que no creen que puedan estar mejor de lo que están, que no consideran que puedan cambiar, evolucionar o ser diferentes de lo que son. Incluso he oído decir: “el que nace lechón muere cochino”, viniendo a decir que no es posible cambiar, que los problemas vienen con nosotros y que la vida es así. O achacarlo a la genética: “Es que soy como mi padre”.

 

¿Qué facilita que la persona se deje ayudar? O, dicho de otra manera, ¿qué elementos externos favorecen que una persona se deje ayudar?

Hay varios elementos que facilitan que una persona se atreva a pedir ayuda o a aceptarla:

  • Importante, el testimonio o referencia de personas cercanas que se han dejado ayudar y han visto en ellas evoluciones positivas. Esto abre a: ¿es posible para mí?
  • La calidad de presencia y de humanidad de quien se lo manifiesta. ¿A qué me refiero con calidad de presencia humana? Me refiero a que quien se lo expresa viva unas actitudes positivas: respeto y aceptación del otro tal como es, humildad y no prepotencia, no situarse por encima, comprensión y empatía… Esa calidad humana, en la que el otro no percibe un interés “oculto”, y sí percibe altruismo, es fundamental para que alguien reacio se pueda abrir a una posible ayuda.
  • Un entorno en el que el ser ayudado es algo normal y no excepcional. En este sentido beneficia el que cada vez haya más gente que acuda a psicólogos o profesionales de la ayuda y esto esté integrado en la sociedad. Que alguien pida ayuda no significa que esté loco o loca. De la misma manera que acudimos a un médico cuando tenemos un problema de salud, o a un fontanero, si tenemos un problema de cañerías, es normal que acudamos a un profesional de la ayuda si tenemos un problema que tiene que ver con nuestro psiquismo, nuestra manera de ser, de hacer o de comportarnos. Nos puede ahorrar tiempo y solucionaremos más eficazmente nuestros problemas.
  • Facilitarle vivir experiencia positivas (encuentros, contactos, lecturas, etc.) que permiten tomar conciencia de que hay más que lo que suelen vivir. Que no soy sólo éste o aquel problema. Que mi vida es más que todo eso. Y es posible descubrirlo o vivirlo más.Esas experiencias positivas pueden despertar el hambre de más, de mejorar, de avanzar y de que esto rompa la resistencia a pedir ayuda.

 

¿Qué es necesario, por parte de la persona, para dejarse ayudar? O, expresado de otra manera, ¿qué actitudes son necesarias por parte de la persona?

Este problema de no dejarse ayudar es más amplio que respecto a  dejarse ayudar para solucionar algunos problemas o mejorar unos determinados comportamientos. Va mucho más allá. Veo personas a las que les cuesta mucho reconocer que no saben o no son capaces de algo. Cuando alguien no reconoce su falta, carencia, error o dificultad, no puede cambiar ni mejorar.

Acoger y reconocer la propia realidad personal es algo que invitamos a vivir desde el minuto uno a los participantes en nuestros cursos y medios de ayuda. Esta dificultad para reconocer su realidad tal cual es, es un importante problema para pedir ayuda. No necesito…, si yo ya lo sé…, yo sé cómo…, ya me las apañaré, …

Estamos hablando aquí de una capacidad, de una actitud fundamental para progresar: la capacidad de aceptación de la realidad y la humildad para reconocer la realidad tal cual es, sin embellecerla, negarla, deformarla, parcializarla u obviar determinados elementos de ella. Esta actitud es mucho más importante de lo que la gente, habitualmente, cree. Quien no se reconoce en proceso y, por tanto, a “medio hacer”, con carencias, con dificultades, con fallos u errores en la vida no va a hacer nada para que eso cambie o evolucione. Y vemos muchas personas que sufren indefinidamente en sus circunstancias concretas sin poder hacer nada para remediarlo por esa ceguera sobre la propia realidad.

Ser humilde es reconocer que no lo sé todo, que necesito de otros, que solo no puedo, que hay más ideas y pensamientos fuera de lo que yo pienso, que alguien puede tener más experiencia y conocimiento que yo en muchas materias … entre otros muchos aspectos. La humildad nos permite medir bien nuestras fuerzas y capacidades, sin magnificarlas ni subestimarlas. Nos saca de la autosuficiencia y de la prepotencia.

Como decía, esta actitud es fundamental para poder pedir ayuda, para abrirme a otro u otros y reconocer que, quizás, otro puede ser más experto que yo y me puede aportar algo que no tengo. Esto permite a la persona ponerse en la escuela de otro o de otros. Para aprender, tanto en el saber como en el ser, es necesaria la humildad.

También es muy importante otra actitud: el anhelo de algo mejor. Creer en algo, tener esperanza de que es posible vivir de otra manera, mejorar, progresar. Sólo mirando dentro de sí mismo, en lo más hondo de sí mismo, es posible encontrar lo que despierta esa fe o esperanza. Es conectar con aspiraciones profundas, sueños por realizar, aspectos de nosotros que no son aún realidad, que están en potencia, en germen.

Es posible…, se puede… Son algunas expresiones que nos pueden ayudar a conectar con ese anhelo de algo más. En ocasiones, experiencias vivificantes que nos dicen que hay más en nosotros, tal como hemos señalado anteriormente.

Estas dos actitudes se complementan y se necesitan una a otra en la tarea de dejarse ayudar, aprender y poder mejorar.

Hay otras actitudes que favorecen el que la persona se deje ayudar. En PRH ofrecemos varios cursos para avanzar en nuestra forma de dejarnos ayudar y de ayudar. Son: Aprendo a hacerme ayudar y Aprendo a ayudar, en los que enseñamos el Método PRH que utilizamos para la ayuda individual a las personas. Ahí se observan y se invita a desarrollar las actitudes necesarias para vivir bien la ayuda recibida y ofrecida.

 

Para terminar, podemos preguntarnos:

  • ·         ¿qué me alcanza de este texto?
  • ·         ¿en qué me moviliza respecto a ayudar o dejarme ayudar?

 

Luis Avilés                                                                                                                                                                Formador PRH (Personalidad y Relaciones Humanas). Psicólogo